Con el respeto que públicamente profeso a las imágenes que aquí cuelgo de Manolo, continúo sumando líneas de escritura que quieren se mi reflejo de aquello que veo y oigo, de lo que siento y pienso. Y lo hago desde Béjar, esta ciudad estrecha en la que habito. Dicen que viajar enseña mucho. Será verdad. Pero no estoy seguro de que siempre sea de este modo. El pensamiento viaja, como viaja la imaginación, en trenes velocísimos. Va y viene, se extiende y se encoge, planifica, se duerme, se adecenta, a veces se equivoca. Para ello no siempre es necesario que uno vaya a bañarse a las playas de otros mares. No seré más explícito, no debo serlo.
Es el día del debate. Día grande en campaña, de los señalados con cruz roja. Media campaña es esto; la otra media lo será el otro debate. Leo y no paro la cantidad de menudencias que han acordado los dos grandes partidos para que este sumulacro de debate pueda llevarse a cabo. Hasta a cincuenta acuerdos han llegado los representantes. Entre ellos algunos tan peregrinos como el tamaño de la silla, la luz, la duración de los planos, el número de asesores y las veces que estos pueden hablar con los candidatos... Los candidatos cuidan sus vestimentas, el color de sus corbatas, el tono, la velocidad, la dirección de la mirada... Por supuesto, todo lo importante está regulado: tiempos, temas, réplicas, dúplicas, orden... La madre que los trajo al mundo. ¿Dónde está la espontaneidad del debate? ¿Qué se puede esperar que no sea conocido por todos? De este modo, nadie puede ganar el debate, como mucho perderlo por simples convencionalismos.
Ya he dejado dicho antes que, en los tiempos que corren, todo está ya contado y recontado de manera directa o por los medios de comunicación. Vivimos en una sociedad mediática y nada se le puede escapar a estos poderosos medios, que son los que, día a día, van marcando la pauta para todos nosotros. Cuanto menos espontáneo sea, menos jugoso resultará; cuanto más se escondan los protagonistas y menos se manifiesten como son, menos verosímil y honrado resultará todo.
Pero los debates son más jugosos en las segundas partes. Y las segundas partes son las que sirven de mesa en la que degluten los leones su parte de botín, aquella en la que los comentaristas se afanan en marcar los territorios de ganadores y de perdedores. Cuando la lid queda en tablas o algo parecido, se les queda una cara como de resabiados que no pueden con ella. Lo que ellos siempre piden es la victoria rotunda de uno de los contendientes y la derrota humillante del contrario. Es entonces cuando la épica y hasta los instintos más bajos se sacian y se explayan. No hay debate sin encuesta posterior que reparta trofeos y vergüenzas. Me pregunto con insistencia qué sentido tendrá esto de los ganadores y de los perdedores, de los buenos y de los malos, de los listos y de los torpes. ¿Pero es que los contendientes no van a ser lo mismo un minuto antes del debate que un minuto después? ¿Un sistema de intervención pública va a ser peor o mejor porque su representante gane una discusión? ¿Acaso se deshacen las desigualdades sociales porque gane el debate el representante de la izquierda o de la derecha? A otro con esa filfa, a robar a Sierra Morena.
Que vengan los debates, que en ellos reine la cordura, que nadie sea humillado ni nadie se erija en vencedor de nada, que sigan siendo las ideas las que florezcan y las que nos guíen, y que el buen "rollete" nos siga acercando y haciendo convivir en armonía. Fale.
lunes, 25 de febrero de 2008
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