sábado, 2 de febrero de 2008

FELIPE Y LA FILOLOGÍA

Nadie ha encontrado una forma mejor para la comunicación que la palabra. El ser humano lo es desde el momento en el que logró el efecto mágico de la palabra, la capacidad lógica de la abstracción, la símbología del sonido articulado. Lo demás se le da por añadidura, acompaña y ayuda, realiza trabajos ancilares, complementa.
Pero la palabra es muy pobre, anda en la miseria, se mueve en los defectos, apunta pero no siempre da precisamente en el blanco del significado exacto, realiza aproximaciones y palpa la realidad no siempre para encontrarla. En el abecé del aprendizaje lingüístico se sitúan la denotación y la connotación; y si ya la denotación resulta difícil de aprehender -los diccionarios son buen ejemplo de ello-, la connotación lo hecha todo a perder y sitúa a la palabra en el mundo de lo subjetivo y de lo interpretativo. Como, además, el emisor cifra el mensaje en unas circunstancias irrepetibles, cuando el receptor descifra, todo se vuelve nubes, tientos y pobreza real.
El preámbulo me sirve para glosar un comentario de la página digital de Luis Felipe Comendador en la que muestra su desacuerdo con mis opiniones vertidas en este blog, a fecha 28-1-08. Y seguramente tendrá razón. ¿Cómo no la va a tener si es su interpetación y la hace para él? Me parece que es un buen ejemplo de lo que expresaba en el primer párrafo. Porque las he releído y no me apeo en nada de su significado, y, sin embargo, tampoco ando separado de sus comentarios. Se hablaba de la miseria de la soledad, del individualismo y de la falta de proyectos colectivos. ¿Seguro que no es verdad que seguramente la soledad no buscada es la principal enfermedad de nuestra sociedad? Pregúntaselo, querido amigo, a los ancianos, y a los menos ancianos. ¿Seguro que no habitan en la miseria los proyectos en los que el fin sea únicamente el individuo,con el olvido del resto de la tribu? ¿Seguro que no se anega en la miseria una sociedad que no tenga proyectos colectivos que abarquen en sus beneficios a todos los habitantes de la comunidad? Seguro que me darás la razón y asentirás. Inmediatamente después afirmarás que desde la soledad, desde la individualidad y desde buenos proyectos personales se puede enriquecer también, y acaso mejor, a la colectividad. Y yo asentiré también, aunque tengo muchas dudas en ese proceso. Y después de glosar las intenciones, nos aproximaremos un poco más en nuestras posiciones, nos daremos unas palabras de ánimo, nos tomaremos un vino, echaremos unas pestes y seguiremos nuestras vidas.
Y habremos utilizado, por cierto, la palabra como elemento de aproximación y acaso esta vez de entendimiento. Sigo pensando que una buena parte del éxito de la comunicación está en el valor de la palabra, y esta claramente vive en la miseria, en las aristas, en la falta de concreción. Y eso que hablamos de comunicación estándar; si nos ponemos en el nivel literario, entonces es que además buscamos la miseria de la palabra pues la comunicación queda desdibujada por la polisemia y por la recreación personalizada.
En tal situación solo se me ocurre una acción atenuante: la buena voluntad del que codifica y del que descodifica. No habrá arreglo total nunca desde el mundo de la palabra; la palabra es solo aproximación, miseria significativa; el ser humano es también mísero por contingente y limitado. Pero la buena voluntad implica ese reconocimiento y la asunción de que hay que ceder y dejar siempre flancos abiertos y sin explicar. Qué le vamos a hacer.
De modo que nos dio un sábado filológico, amigo Felipe. Por lo demás, es verdad -y tú lo has detectado bien-, uno anda embarcado en un proceso de individualización, un proceso que obedece a numerosas causas y que siempre dejará abiertas puertas a lo que anda por ahí fuera y al valor de la tribu como tal. Aunque solo sea por razones matemáticas. ¿Te has parado a pensar, colega, en que somos siete mil millones de personas en este pequeño planeta y en que dando cualquier patada sale una cuadrilla de debajo de las piedras? Lo he dicho más de una vez. La variante de la extensión es cada día más esencial para definir una verdad en nuestro tiempo. Y el individuo ya no se puede definir aisladamente fuera de la variante de la cantidad. Pero esto ya es otro cantar.

4 comentarios:

Luis Felipe Comendador dijo...

El dios de las cosas supo librarme de la filología como materia de evaluación, Antoñito, pero no se acordó de dejarme seco en su uso inconsciente y me trabó en unas fauces de las que no conozco el número de caninos, molares e incisivos... ni siquiera soy capaz de calibrar su aliento.
Lo que sucede es que a veces –me conoces– soy presa de los trampantojos de mi cabeza loca y me tiro con ímpetu a las olímpicas piscinas [¿si fueran mujeres?... ¡sacre bleu!–].
El caso es que me jodió un punto ver juntas las palabras 'miseria', 'soledad' e 'individualidad'... y se me soltó la mano como se me suelta siempre.
Por encima de la polisemia está el hombre, y también por encima de la puñetera filología... y un hombre que no sabe gestionar su soledad es víctima de sí mismo tanto como de los demás [ejemplos preclaros conocemos ambos].
No haber sabido vivir es solo culpa del que vive, porque en cada nivel hay también dos extremos, y uno de ellos parte solo y exclusivamente del individuo.
El abandono, amigo, empieza siempre por uno mismo... y luego... pura ley natural [que le pregunten a la calavera de Mendel].
Mañana lo charlamos durante la comida y, así, lo mismo, pasamos mejor el trago.

Dos besotes.

Luis Felipe Comendador dijo...

Lo mejor -se me olvidaba– es que nos leemos... y eso ya es un punto.

Bye.

Er Schú dijo...

Desde hace un mes he andado en otro asunto, ocupado con mi hermana la mayor , a la que pilló un coche y le rompío todos los huesos, por eso hasta ayer no había leído tu página “La Iglesia y el poder”. De acuerdo. Te quedas corto. No sólo hacer pagar impuesto por los edificios. Yo creo que hay que volver a quemar iglesias que no valen para nada, y por supuesto a expropiar las universidades que regentan que esas sí que nos valen, qué coño. Pero quieto, espera un poco, espera a que Javi y Tito que les han dado trabajo en Universidades de la Iglesia se busquen otra cosa, porque si no, a mis nietines, los veo en la puta calle. Bueno, la verdad, la verdad… es que también estoy un poco agradecido. Y ya que viene a cuento me has hecho recordar una cosa:
Elisa estaba buenísima. Nos dejó perplejos a todos los chavales de Astorga cuando desapareció. Andrés era un viejo mendigo harapiento que se tambaleaba de cantina en cantina por los arrabales culminando sus delirios cagándose en Dios y en todos los ornamentos; lo más chocante: “me cagüen el viril y la custodia”-era durante las vacaciones de Navidad,- hasta que cayó al suelo entre un vómito de sangre y hedor a mugre. Hemoptisis llaman los galenos. Los pocos transeúntes se acercaron sí, pero nadie se atrevía a tocarlo, claro; y al gordo del mandilillo blanco del “Bar la Guitarra” se le ocurrió llamar por teléfono. En unos minutos llegaban corriendo dos chavalas de no más de 25 años, y al verlo en el suelo, sollozantes, pidieron ayuda a los tres o cuatro mozalbetes más forzudos para que les ayudaran a llevarlo hasta el asilo de “Las hermanitas de los Desamparados”. Con los movimientos del moribundo se le desató la cuerda que llevaba por cinto y se cagó y se meó en la faldamenta de Sor Elisa -el santo hábito le llamaba,- y lo desvistieron, lo lavaron con una palangana de agua templada , le pusieron un pijama limpísimo con los pliegues de la plancha marcados, y lo metieron en una cama. Hasta aquí me lo contaron.
Mi madre, que aunque era maestra Republicana era muy religiosa, todas las Navidades, me encomendaba llevar al asilo una cesta con algunas viandas. Y aquel día justo llegué a preguntar por Sor Elisa para darle el obsequio en el momento en el que enjugándole la frente con una mano y con la otra en una palangana recogiéndole el último vómito de sangre, entre un llanto infinito y silencioso, en mi presencia, se le moría Andrés entre sus brazos. ¡Joder, macho; que cada vez que alguien me lo hace recordar se me atraganta la saliva! Dejó a Andres muerto y con la punta del escapulario se enjugaba unas lágrimas a la vez que recogía la cesta de miseria que yo le regalaba reiterándome las gracias efusivas. Salimos del dormitorio corrido por una galería llena de viejitos, y al verla otras compañeras, entendieron el asunto y compungidas no sé a qué coños marcharon a su capilla. Me despidió Elisa sólo con una sonrisa forzada.
En el más absoluto anonimato, sin titulares, sin ir a Calcuta, sin reconocimiento de nadie. Sin más pretensión que colaborar en dar a un tío una muerte más digna. Ahí, en mi pueblo…

Entre la miseria egoísta por ver prosperar a mis nietos, la grandilocuencia filosófico-política de mis amigos y la grandeza inconmesurable, no de Elisa, sino de muchas, muchas personas raras y buenas, sólo me queda permanecer catatónico, sin decir ni pío. ¡Ah! Y otra cosa; creo que todavía no es hora de hacer pagar impuestos a Elisa y a sus amigas, por cómo tienen hoy aquello, por las ampliaciones del edificio, con habitaciones individuales, calefacción, buenas comidas. Menos mal que la mayoría colaboran con su pensión mínima. Pues quedan pocas, pero todavía alguna queda; y Soeur Elisa ya va siendo vieja, porque vamos paralelos. Ahí, en el anonimato, sin ir a Calcula y haciendo cosas raras en su capilla.

Antonio Gutiérrez Turrión dijo...

Schú, colega, amigo, hermano. Qué ejemplo para seguir el de esta persona que citas en tu comentario. La iglesia, en genérico y en particular, tiene en su seno muchas personas como la que señalas. Mis aplausos a todas ellas. Pero no confundamos, please, las estructuras y las jerarquías con el soldado raso. Lo que se critica es lo que se critica y no otra cosa. Sigo pensando que los monoteísmos tienen estos peligros, y a las pruebas me remito.
Más cosas: Yo también tengo un hijo profesor en una universidad católica, pero ya ves que no me impide emitir mis opiniones. Qué le vamos a hacer.
Item más: Mis recuerdos y mi abrazo para tu hermana. Que se mejore. Esto sí que es tangible.
Item más: Criticar la estructura de una religión no es abjurar de la importancia del fenómeno religioso. Aquí declaro que me interesa mucho más de lo que pueda parecer.
Y por fin: Sigamos indagando los límites y los valores de la razón y de la fe; es nuestra obligación como seres humanos, como seres inteligentes, como universitarios, como seres sociales.
Un abrazo.