lunes, 4 de febrero de 2008

GOYESCAS

Tuve oportunidad anoche de ver por la caja tonta la entrega de los premios Goya. No debería tener demasiadas ocupaciones cuando dediqué más de dos horas a semejante espectáculo. Me parece un buen resumen de lo que es esta sociedad en la que vivimos y de lo que son estos años por los que transitamos. En este espectáculo se acumula la mayor densidad por metro cuadrado de ostentación, de elementos superfluos, de vanidad, de glamour, de vaciedad. Y eso que este espectáculo, remedo de los famosos Oscar de los Astados Unidos, me parece mucho más controlado y sereno, menos desproporcionado y un pelín más humano que el del otro lado del charco.
El cine es una de las artes más influyentes en la sociedad actual y, por ello, su puesta en pie y su distribución deberían ser cuidadas con mimo. En concreto a mí me gustaría que la obra recibiera algún reconocimiento más que los bigotes de sus protagonistas o que los vestidos o los pechos de sus afamadas superestrellas del vacío y de la nada. Si el arte, por definición, es magia, por mentira, no nos prestemos a ser engañados más que en aquello en lo que queremos ser engañados. Y es que hay tan poca base que sustente tanta pantomima... Porque no demasiadas veces se pasa del chistecillo barato en las presentaciones, del balbuceo escandaloso en el agradecimiento de los premiados, de la exhibición corporal en manolos y manolas, de los usos lingüísticos incorrectos ( uso de "nominados", empleo de los particulares sin un globalizador anterior: "los nominados son..." frente a los selccionados son los siguientes...). ¿Qué queda de la persona, del actor detrás de lo que se manifiesta ante la cámara? Da la impresión de que es muy poco. Pues al menos no nos exhibamos como héroes porque tenemos casi todo de villanos. Si es que uno tiene la impresisón de que no se respeta ni la presencia de otras personas en el auditorio. Queremos dar glamour y lo hacemos con el balbuceo y con el despiste. Y, naturalmente, caemos en el ridículo.
Pues hay que prepararse para el espectáculo infumable de Hollyvood, que encima paraliza a media humanidad. El cine es un arte que se merece algo más que aspirantes a esquineras del Retiro, a enculadores y a objetos del deseo más vulgar. Hay mucha magia detrás de todo esto y hay que respetarla. La imaginación no se merece tanta bajeza. Pero es que también hay mucho negocio. Y pasa lo que pasa.
Estoy seguro de que también hay mucha gente en el cine con buena base, con la cabeza bien puesta y con los pies en la tierra. Ellos tendrían que dar un poco más la cara ante los medios, para ponerlos en su sitio y para invitarlos a que se ocupen de lo que realmente interesa y a que no dediquen páginas y horas ni al fetichismo ni al puterío. Aunque vendan menos ejemplares, coño.
Por cierto, brindo con Alberto San juán por su propio brindis.

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