sábado, 29 de diciembre de 2007

PIQUITOS




Ya se ve que Piquitos hace referencia a algo plural y diminutivo. Qué perogrullada. Esto es muy fácil decirlo cuando se ha ascendido hasta allí, pero menos sencillo visto desde aquí abajo. Piquitos son algunas de las cimas que coronan el genérico de los Picos de Valdesangil. Hasta lo alto me he subido esta mañana siguiendo los pasos de Jesús "Trucho" y de Manolo Casadiego. A comer el bocadillo y a darnos un paseo. Como quien sale a comprar el pan. Bueno, y se entretiene un rato por el camino.
Llegar hasta Piquitos supone saludar al día cuando anda empezando a espejear el sol por las montañas, acariciar el aire fresco de la mañana y sentir en la piel que la naturaleza puede y que lo pregona en la helada del suelo y en la luz del cielo. Otra vez cielo y suelo. Como casi siempre. El pueblo de Valdesangil nos recibe solitario y frío, pero ya con el sol pisándole los tejados. Desde allí, caminos y rodeos para ascender y para ir divisando paisajes, riscos con figuras, panoramas serranos, ciudades y pueblos. Ya se sabe que cada cota en la montaña da un panorama diferente. Por eso, la ciudad de Béjar y todos los pueblos de la comarca se nos aparecen persistentemente y nos enseñan sus mil caras. Así la vista se va, más que recreando, sorprendiendo a poco que uno la levanta del suelo y la pone a la altura del horizonte. Fijaos, si no: Béjar, Gilbuena, La Aldea, El Cerro, Lagunilla, Cristóbal, Sanchotello y todo el Sangusín, Valdelacasa, Ledrada, Fuentes, Guijuelo, San Miguel (y allí, escondido, Valero), Linares, Puebla, San Medel, las llanuras del Campo Charro con todos sus pueblos desperdigados por la llanura, Candelario, apostado en la falda y engarañado, los Palomares, Navacarros, La Hoya, Vallejera, el alto del Berrueco y todas las llanuras de la provincia de Ávila, con el Almanzor al fondo, los picos de la Galana y las Cinco Lagunas, toda la serranía bejarana, con la Covatilla clareada con una débil capa de nieve y las sierras de Hervás, aparentemente más blancas. ¿Os dais cuenta? !Qué delicia para la vista! Ver, contemplar, gozar, sentir, y seguir mirando mientras te reciben el camino y la montaña.
Pero camino de Piquitos también hay geografía y toponimia menor: Cabeza Gorda, Cabezón, Las Tres Cruces...; y salientes y riscos que metafóricamente quedan bautizados por sus parecidos asombrosos: Pico del Loro, La Bota, La Cueva... Hoy he tenido el placer de proponer un bautizo particular. Un risco saliente me recordaba la figura de Unamuno en estatua, como la que sigue asentada en Salamanca. Ni corto ni perezoso, ya está: Peña Unamuno. Ejercían de oficiantes de ceremonias los dos obispos de las cumbres que me acompañaban también hoy. Ellos dieron el visto bueno y ellos son los que llevan el Libro de Horas de estos accidentes. Al fin y al cabo, no sería más que un pequeño tributo a aquel don Miguel, tan amante de estos montes y de estas cumbres.
Y hay también placeres para el sentido del olfato. El tomillo y el cantueso, en cuanto los mueves un poco con los pies, parece que quieren gritar su presencia y levantan un olor más propio de un buen asado que de un camino serrano. !Y estamos en diciembre! !Qué puede ser esto es plena primavera o en verano!
Aquí tocar las rocas es señalar las raíces y lo peremne de nosotros mismos, lo que siempre permanece, lo inmutable, lo esencial cuando el ser deja de estar y solo es, cuando el tiempo y el espacio abandonan el campo de batalla. Y, cuanto más arriba, más roca y más silencio, el sonido más nítido, la mejor melodía. Quien quiera dejarse oír a sí mismo que se suba a Piquitos; allí sabrá la ciencia más sabrosa, la ciencia no aprendida, la melodía más justa.
Habréis echado en falta un buen sentido, el del gusto. Piquitos es completo. Nosotros, caminantes, ni lo hemos olvidado ni lo hemos excluido. En la cima, al amparo del sol y de una roca inmensa, aparecieron sabrosas las viandas: queso, chorizo, unas rajitas de morcilla, alguna sardina en aceite (!Qué lejos ellas ahora de sus mares!), buen vino de cosecha, champán navideño, té sabrosísimo, postres... Con Trucho y con Manolo es lo que pasa, que siempre reparten a manos llenas y parece que nunca ven colmadas sus mochilas. Qué tíos tan estupendos. Y las viandas dan lugar a la charla, y la charla a la vista, y la vista a los sentidos, y los sentidos al gozo de las cumbres. Pasamos un buen rato distendidos, pensando en lo que tenemos a nuestro alcance con solo dejarse empapar de naturaleza. Al fondo y al frente, toda la blancura de la sierra de Béjar, y la ciudad a los pies.
Nosotros estábamos en Piquitos, como con ganas de plantar unas tiendas bíblicas y no movernos de allí en una temporada. Subid a Piquitos, aunque solo sea con vuestra imaginación; las distancias se ampliarán, los sentidos se henchirán, la mañana tendrá otro sentido. Y nosotros también.

1 comentario:

altairbejar dijo...

Muy bien lo de poner la foto aunque sea de lejos. Podías poner alguna de esos paseos que os dáis los tres andarines, por saber más o menos de qué lugares hablas.