Ando estos días muy ocupado con las correcciones de papeles y con el cumplimiento de esa obligación administrativa de poner nota a mis alumnos. La ley obliga a marcar las espaldas de los alumnos con unas notas cada cierto tiempo. Cuando esto sucede, lo que realmente hacemos es clasificar y ordenar a los muchachos que pertenecen a un grupo en aprobados y suspensos, en este es bueno y este malo resumido en una nota numérica que luego exhibe o esconde delante de los demás. En el momento del fin de curso, damos paso o cortamos el grifo dándole una vuelta de tuerca al sistema y olvidamos todo como si nada hubiera ocurrido hasta el curso próximo.
Nunca he creído mucho en el valor de los exámenes. Ahora creo menos todavía. Y no será por no haberlos realizado yo como alumno (tres títulos universitarios adornan mi pared), sino porque no les encuentro utilidad si no es para esconder tantas deficiencias como tiene el sistema. Y sin embargo los hago, y los corrijo, cada vez con más fastidio y utilizando mis trucos para tardar lo menos posible. O sea, me someto al sistema. Es verdad que añado, con mucho valor, los trabajos en forma de ejercicios, cuadernos de escritura e intervenciones en el aula, pero ahí ando, bajando la cabeza y sometiéndome, haciendo como que justifico un poco las pelas que me dan sin dar demasiada guerra a las fórmulas establecidas. ¿Para qué sirven realmente los exámenes? !!Es que, si no, el alumno no estudiaría nada!!, responderían casi todos. ¿Quién lo ha dicho? ¿No se hartaría de estar en clase sin hacer nada, sin ver que no adelanta nada y perdiendo el tiempo como un imbécil? Si alguna virtualidad tienen estas pruebas es la de encerrar en la habitación al alumno hasta la hora en la que tiene que soltar en un papel unas respuestas, casi siempre memorísticas y dispuestas a correr al limbo del olvido en cuanto se sale de las paredes del aula. ¿No será mejor hacer reflexionar y trabajar al alumno en ejercicios, en trabajos y en actuaciones orales y escritas? Yo suelo mostrar orgulloso a mis colegas los cuadernos que componen mis alumnos con ejercicios y con creaciones propias; sin embargo, casi nunca enseño los exámenes porque me da un poco de pudor y de vergüenza.
La consecuencia es elemental: casi todos los alumnos terminan aprobando la asignatura con la suma de todas las componentes y actividades. Y yo tan contento. Solo terminan suspendiendo los que día a día se descuelgan en el esfuerzo y en el trabajo continuado. Como a mí, además, me parece que el "estado natural" del alumno tiene que ser el aprobado y no el suspenso, no me llega ningún reparo en los resultados finales.
Ya se ve que esto nada tiene que ver con el asunto este de los exámenes y aprobado o suspenso, y mucho menos con la "norma" universitaria de examen y suspenso o aprobado una vez al año. Me parece que estos sistemas de examen y eso es todo son los que realmente provocan la vagancia, el estado de tensión, la dejadez, el sistema de la suerte y del último día y, en fin, el estado de enfrentamiento con los exámenes como una competición que hay que saltar para olvidarse de ellos en cuanto se ha dado el salto. ¿Dónde está el desarrollo de las potencialidades de los alumnos en un sistema puro y duro de exámenes? Como mucho se pondrá a prueba la memoria, pero escasamente el trabajo y mucho menos la participación y el esfuerzo continuado. Y luego los que más defienden estos sistemas de siempre son los que predican el esfuerzo y despotrican cada hora por la situación de los alumnos y del sistema de enseñanza. El mundo al revés.
Todo esto, para más inri, pensando en que las notas clasifican bien a los alumnos, que eso habría que demostrarlo. Y, si así fuera -harto improbable- ¿para qué seguirían sirviendo las notas? Para clasificar alumnos en buenos y malos, o sea, para perpetuar el sistema social en el que estamos. Y, coño, que es manifiestamente mejorable. Algo habrá que hacer para cambiarlo y mejorarlo. Cualquier día tiro al cesto de los papeles todos los exámenes y me quedo solo con los cuadernos y con los trabajos. Si me atreviera...
viernes, 14 de diciembre de 2007
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