"La finitud es un atributo básico de la belleza porque únicamente a su vera fermenta la intensidad necesaria para que estalle el placer." La posible verdad que guarde esta afirmación me sugiere muchas cosas y no sé en qué medida estoy de acuerdo o en desacuerdo. Su reconocimiento implica renunciar a las verdades eternas o simplemente a las verdades, a esas que parecen definitivas, a esas por las que se pierden esfuerzos y que, una vez alcanzadas, sirven de soporte y de meta en la que instalarse para siempre. !Ay el relativismo y lo postmoderno! O acaso no haya que aspirar más que a verdades momentáneas, esas que son capaces de deslumbrar en un momento por su figacidad, por su belleza inmediata e inesperada, por su rareza, por su capacidad de atracción. Según esta afirmación, la eternidad, por ejemplo, sería aburridísima por su efecto de repetición y de inacababilidad, y cualquier puesta de sol, también la más hermosa, que ya es decir, perdería todo su valor si la alejamos de lo instantáneo, de lo inmediato, de la finitud. Es esta una cualidad que nos obliga, además, a vivir los momentos con más intensidad, concediéndoles el valor de lo único, de lo irrepetible, de lo esencial y fútil a la vez, de lo inesperado, de lo sorprendente, de lo nuevo, de lo creado, de lo que dura y tiene fecha de caducidad. Tal vez sea cierta la segunda parte de la afirmación: a su vera y con estas condiciones, el placer tiene que estallar, el placer de lo que impacta, el placer de lo que atrae, el placer de lo inmediato, el placer de lo inesperado, el placer de lo único, el placer de lo instintivo, el placer de lo nuevo, el placer de lo que te supera por raro y sorprendente.
Si esto fuera así, tampoco haría falta acercarse a hechos muy especiales para sentir el placer y la satisfacción. Casi cualquier cosa vale si se considera como única y especial: una puesta de sol, un paisaje, la noche o el día, la belleza de cualquier persona, la sinceridad, una hermosa montaña, un paisaje vegetal o mineral, el agua corriendo o la nieve, unos ojos expresivos, la mirada sincera, una imagen literaria, el sabor de una comida, un rato de compañía agradable, una voz melodiosa, la sonrisa de un niño, la bondad de tantas personas,una ventana bien construida, la sonrisa de una mujer, una habitación ordenada, una llamada de teléfono a tiempo, el aprecio de lo inmediato, el sentido común y la buena voluntad, un café compartido... El mundo entero como suma de sucesos.
Qué curioso que haya que partir del sentimiento de finitud y de caducidad para vivir con intensidad los hechos de la vida. Yo no quisiera renunciar del todo a esos otros conceptos que aspiran a ser permanentes porque creo que en ellos se asienta el razonamiento humano. A mí me sirven como de vino de reserva para si falla el vino de mesa y ando en algún apuro. Pero entiendo que la actitud de reinventar la vida en cada movimiento es lo que más intensidad le puede dar a cada suceso y a nosotros mismos. Otra cosa es que estemos dispuestos a ello cada día y cada hora. Yo me declaro finca manifiestamente mejorable.
Lo que planteo no creo que sea precisamente el carpe diem sino una variable un poco más consistente y atractiva. O qué sé yo qué será.
martes, 11 de diciembre de 2007
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