miércoles, 19 de diciembre de 2007

MOMENTOS


A veces me propongo la conveniencia de plantearme al menos la verdad o la importancia de una idea cada día. Es una buena forma de entresacar algo del nivel del olvido y la rutina, de amojonar una idea y de dejar plantado un hito hacia el que volver la vista alguna vez, hasta que caiga en el dulce sueño del olvido, o acaso hasta que arraigue como elemento rector de conductas posteriores.
Por ejemplo esta, que tomo de Sartre: El tiempo es una multiplicidad absoluta de instantes que, considerados separadamente, pierden toda naturaleza temporal... El tiempo se desvela como la trayectoria de mi acto." Ya me vale para considerar y para perderme por encima, o por debajo, de comprar el pan o de enfadarme por lo mal que se aparca en este pueblo estrecho, por ejemplo.
Son ya muchas líneas acerca del valor del tiempo, y, hasta ahora, siguen mis dudas; a pesar de afirmaciones tan rotundas como esta: la idea de tiempo es lo único que el ser humano trae a la vida. Si tuviera razón Sartre, el valor de cada hecho solo se puede considerar en perspectiva y nada sería en límites sino en extensión y en relación con lo demás. Tampoco mi propio ser, que solo se puede considerar y hasta definir en esa interminable cadena de la que formaría parte. Porque no es ya solo la idea de tiempo la que está en juego sino la propia definición de las cosas. Cualquier ejemplo vale: ¿Qué valor tiene una clase si no es en relación con los alumnos, con las enseñanzas que de ella saquen, de las aplicaciones que consigan y del granito que pongan en el perfil de su formación?
¿No se nota enseguida que esto choca con el posible valor de lo espontáneo, de lo que se quiere vivir como tal, sin consideraciones aledañas, con la perplejidad de lo inmediato, con la sorpresa de lo hallado, con la suspensión del juicio ante lo agradable, con la aspiración a la belleza como tal y desde el hecho mismo?
A ver quién pone punto y orden en todo esto porque yo, de nuevo, encuentro tantos elementos a favor de una postura como de la otra. Por eso me sonrío cuando me hallo ante posturas demasiado personalistas, individualizadas, que aspiran a la mejora desde la exclusiva individualidad; y me lo tomo con calma ante posturas tan socializadas o sociologizadas, que todo lo achacan a las circunstancias y a la influencia de lo otro. Porque sigo perdiéndome entre la hermosura de descubrirme individuo y la inevitable sensación de formar parte de un grupo social que me configura, entre la necesidad de la soledad y la misma necesidad de los otros en los que realizarme, entre el silencio de lo único y el bullicio de la comunidad, entre el deseo de lo particular y la certeza de que cada día mi roce se tiene que producir con más seres, aunque solo sea desde la consideración de que cada día más seres humanos pueblan la tierra.
Hoy tiene que tener el valor de ser hoy y mi gozo tiene que satisfacerse con los hechos que configuran mi día de hoy; pero no es menos cierto que hoy tiene continuidad en el día de mañana, y que lo que hago hoy tiene su parte de justificación con los hechos que se van a producir mañana. Ahora voy a calificar a mis alumnos porque mañana o pasado recibirán las notas y comienzan un período de vacaciones; enseguida limpiaré mi cocina porque tiene que estar así para la noche; estoy respirando porque, si no, la consecuencia sería no seguir viviendo. Los seres nacemos, crecemos, nos multiplicamos y morimos. Todo es perspectiva y relación, nada sin lo demás, yo tampoco sin los otros, los otros tampoco sin mí. Pero que no me quiten del todo la posibilidad de detenerme y decir de vez en cuando: Esto es la meta, que nada cambie, hagamos una tienda, que no se ponga el sol, que no termine este momento, qué bien se está aquí, que no anochezca nunca, se me han perdido el tiempo y el espacio, la eternidad es esto, no la toquéis más, que así es la rosa...
Aunque los momentos fluyen y terminan. Como este.

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