Le debía visita a mi madre -se las debo todas- y ayer me fui a cumplir con mis deseos y con mi obligación. Algunas circunstancias me retuvieron en Salamanca por la mañana, donde comimos con Juan Pablo y nos aprovisionamos de libros en Víctor Jara (sobre todo de Miguel Torga: Diarios; La creación del mundo...). Por la calle coincidí con José Luis Puerto, tan campechano siempre él, y tan albercano.
Pero mi mente andaba en otros pagos, en Ledesma, donde para mi madre en estos crudos meses del invierno. Aunque no sé si es correcto afirmar que para porque su mente divaga en una geografía indefinida que abarca muchos sitios. Allí me la encontré encogidita, aguardándome siempre, con una necesidad palpable de que alguien le cogiera las manos y le diera certeza de que todos estamos a su lado. Y pronto tuve claro que era ella la que me visitaba a mí. Esas manos rugosas y esa cara surcada por caminos infinitos que sellan una vida amplia y ya muy indefinida, eco débil y tenue de una figura esbelta que se sale del tiempo y del espacio y que se queda ahí, como sin causa, despojándose lentamente de todo referente y que se entrega sin tasa al contacto de cualquier caricia que la hace renacer. Y fue ella la que me acarició con ansiedad, la que tocó mis manos y mi cara, la que lloró en mi abrazo, la que susurró palabras mecidas por un viento de otros sitios, la que me repetía "llévame, llévame contigo" con la conciencia gris de lo imposible y a pesar de la certeza del exquisito trato que recibe de mi hermana. Después la vi de frente, con la mirada vaga, mirándome a la cara y yo mirándola a ella, sentada como reina en una silla y dibujando pensamientos que solo a ella le pertenecen. Pero yo sé que me miraba contenta y que su tacto y mi tacto se comieron un rato de fiesta.
Qué dura es la certeza del discurrir del tiempo. La vida es un camino que ondula nuestros años y hay una cresta cierta que anuncia ya un descenso interminable. ¿Y en el valle? ¿Acaso la verdad es tan terrible?
Y jugaremos juntos otra vez.
Y yo me haré mayor,
y te volverás niña
-otra vez-
cuando el tiempo se olvide de medir
las horas y las noches;
y entonces me darás tú los besos;
te enfadarás conmigo
por no dejarte ser como tú eres.
Pero estaré contigo,
siempre estaré contigo, aunque te enfades
y yo me ponga amargo algunas veces.
Te pido un anticipo de perdón;
yo bien sé que tus fondos no se agotan
aunque pida reintegros cada día.
jueves, 27 de diciembre de 2007
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