Tengo que rescatar para mí mismo la sensación alegre de un nombre ya olvidado. Me acaban de hacer llegar una revista que se publica en mi pueblo, Valero de la Sierra, el pueblo más bonito de la provincia de Salamanca con mucha diferencia -algunos de mis alumnos ya lo tienen asimilado y me lo escriben en cualquier examen-. De vez en cuando les mando alguna colaboración. Esta vez me encuentro con que alguien, Jovita, se arranca en una carta abierta para agradecerme la escritura de mi libro “El manantial sonoro”. Este libro que yo tanto quiero tiene su lugar de evocación en Valero, pero provocó algunos malos entendidos, dolorosos para mí, entre gente de mi pueblo. Lo último que hubiera esperado. Con el cariño que le puse en cada página; tanto, que me salió casi todo de un tirón.
Pero eso ya es historia. El asunto es que la carta empieza así: “Sepas, TOÑO, que tu libro…” ¡Toño! Pero si así -salvo un compañero que se fue a Salamanca- no me llamaban desde mi niñez. O acaso sí. Tengo que hacer memoria. ¡Sí, sí, ahora recuerdo que mis hermanos mayores me llamaban hace tiempo también Toño! ¡Toño!, ¡Toñín!
Esta simple palabra me lleva a mi niñez, a mis días de infancia, al tiempo y al espacio de mi pueblo, a la inmensidad de lo pequeño y a la concreción de lo desconocido. Ha sido casi como una revelación. Porque yo era “el Toño de tía Ramona”, “el Toñín”, aquel renacuajo que corría por las calles, que iba a los recados y traía el pan con el palo rayado, que no se perdía la escuela, que era muy querido por el maestro, vaya si era querido, que miraba siempre sorprendido y cada día descubría la vida y se quedaba embrujado porque todo era nuevo, que miraba al cielo y se le iba la imaginación hacia los cerros y hacia las estrellas, que aprendió enseguida que beberse el viento de las soledades en compañía de los otros niños era menos soledad, que salía hacia los montes y convivió muy pronto con las carboneras, que se infiltraba en los recovecos de las calles y de las personas con un ánimo de ser algo más hombre, que se dejaba llevar por los días y las noches. ¡Por los días y las noches de mi pueblo!
Después vino la luz de otros caminos, llegaron otras sendas, otras ocupaciones, otra vida marcada por otros espacios y por otros tiempos. Pero siempre he seguido dando vueltas de nuevo hacia mi pueblo. Mi imaginación ha hecho del lugar de mi nacimiento un lugar edénico que no quiero cambiar. Ni siquiera en estos tiempos en los que alguien se ha molestado conmigo.
Hoy he recuperado hasta el nombre de mi infancia. Y estoy feliz con él. ¡Soy el Toño otra vez! ¡Soy el Toñín! Mejor si me conservo siempre un poco como aquel niño chico. No quiero hacerme nunca del todo “grande”-otra palabra heroica de mi pueblo- ni perder la conciencia de mi imaginación.
Y otra nota a pie de página. Cuando la carta termina con estas palabras: "Te queremos, Toño", solo se puede decir gracias, muchas gracias. Así que lo dicho: Jovita, aunque no leas las palabras, muchas gracias.
martes, 3 de marzo de 2009
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6 comentarios:
También a mí me gustan mucho las evocaciones de "El manantial sonoro". A veces releo sus páginas. Se las recomiendo a quien no las conozca.
Yo hubiera querido tener una infancia como la tuya. O tal vez la tuve y se me ha borrado. Sólo guardo hechos muy pubtuales y dispersos.
Por eso siempre envidio a quienes recuerdan con detalle secuencias enteras del pasado lejano. Y tu manantial es toda una película.
Ya tengo ganas de leerlo, lo buscaré.
¿Te has dado cuenta que además es una forma de llamar a los Antonios en desuso?...recuerdo que antes había muchos Toños...ahora por más que pienso dificilmente localizo alguno...bueno uno sí,tú.
Si queremos descubrir al “Toño” íntimo, al “Toño” inocente, al ”Toño”sensible; si queremos conocer el alma y el sentir de un pueblo pequeño, arrinconado entre montañas y casi apartado del mundo; si queremos saber hasta qué punto el hombre, en contacto directo con una naturaleza medio salvaje, hecha raíces en la tierra hasta fundirse con ella; si queremos degustar la sencillez de una literatura descriptiva y disfrutar leyendo, lo vamos a encontrar en ese “ manantial sonoro”. Tuve la suerte de leerlo cuando todavía estaba en folios mecanografiados y luego, una vez más, después de imprimirlo. Lo que no sé es si llegó a distribuirse. Merece mucho la pena.
Suscribo lo expresado por A. Merino. Mojadopapel, creo que te gustará conocer un poco mejor al "carbonerito de Salamanca"
...Y conste que cuando apareció en mi vida era ya Antonio, o el Guti. Teníamos 19 y 20 años respectivamente. Pero al regalarme "El manantial sonoro", me presentó con él a Toñín en su más tierna infancia.
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