lunes, 9 de marzo de 2009

ESTUDIANDO LA LICIÓN

“Estábame yo en mi estudio, estudiando la lición, me acordé de mis amores; non podía estudiar, non.”

A veces le doy vueltas a una palabra o a una frase como juego o como comprobación de lo que significa la evolución y el cambio continuo en la lengua. Es un juego que me gustaría realizar en compañía, pero confieso que no siempre puedo. Con harta frecuencia comento que la lengua es un organismo vivito y que colea como lo hace cualquier bichito raro viviente, y que, lo mismo que todos nosotros cambiamos y caminamos, en un proceso indefinido (o acaso demasiado definido), hacia lugares innombrables, así lo hace ella también hasta que un día se pierda en la nebulosa de los tiempos.

La lengua pierde partes e incorpora otras, pierde palabras por desuso, suelta fonemas más lentamente (ahí está el yeísmo como última muestra), se deja en la gatera expresiones o va moviendo formas sintácticas. Pero tal vez el nivel en el que mejor se note ese cambio imparable sea el semántico. Y es que cambian las formas pero también, y sobre todo, se mueven los significados, sobre todo en las nuevas acepciones que se van incorporando. Todas estas variables nos dan la evolución notoria de las lenguas, su sabor antiguo en cuanto pasan unos años y la incomprensión en cuanto han pasado otros más y no andamos versados en comprender sus entresijos.

Jugábamos esta mañana, al amparo de un vinito de Toro (voy a parecer ya casi “sebrio”), con la palabra estudio y con el cataclismo semántico que en ella se ha producido. Aún se puede abrir cualquier diccionario clásico para encontrar estos significados: “empeño, afición, afán, afecto, desvelo…” como equivalente de “studium”. Cuánto afán positivo por todas las esquinas, cuánta energía parece que desprende la palabra.

El ejemplo del viejo Cancionero que encabeza este esquema es clarísimo. Incluso en él se superponen dos aficiones tan grandes, que una puede a la otra: naturalmente, la del amor.

Seguramente se pueden rastrear otros usos con carga positiva: el Estudio, como sinónimo de universidad; “andar estudiando algo”, como asunto de trabajo y de investigación personal. Tal vez alguno más, pero no muchos.

Echaba, en cambio, la mirada a los usos más comunes y cercanos y qué mala fotografía me aparecía en el visor. ¿Qué es eso de estudiar para un usuario cualquiera, o sea, para un estudiante? ¿En qué se concreta ese ejercicio? ¿Cuántos elementos positivos comporta esta acción? ¿Cómo se ve, en definitiva, esa actividad? Sospecho que un estudiante al uso no ve la actividad con demasiado buenos ojos ni extrae de ella acepciones y valores positivos, o muy pocos, pues todo se sustancia en actuar para aprobar y basta, como si fuera siempre una imposición de mal gusto de la que no se va a sacar nada de provecho. Tal vez estoy exagerando. Tal vez.

Y, con perdón, echaba otra ojeada a otros usuarios comunes de este asunto, que tienen que ver con esto el estudio como profesión (bueno, sin darle vueltas, coño: a los profesores) y tampoco brillaban demasiado los colores. Seguro que también cargo las tintas pues conozco a gente excepcional y acaso yo no sea el mejor ejemplo: perdón. Ojalá me equivoque pero sospecho que fiamos demasiado a eso del tema y de la nota, a salvar o a engordar el expediente, a ensayar el examen como resumen de todo lo que hacemos, a salvar intereses, pero solo de los llamados simples o compuestos (alguien me decía que hay mucha gente que solo entiende de intereses simples y compuestos) y así, en ese plan.

Y terminaba el vino brindando en mi cabeza por esos estudios que aficionan un poco, que estimulan al que anda engolfado en ellos, que aportan deseos de los buenos y satisfacción segura al que se adentra en sus pliegues y descubre que hay regiones de luz sin ser holladas, que merece la pena dar un paso en busca de algo nuevo, que ya está bien de aquellos referentes que arrastran a las masas con cuatro soplagaitas.

Y me marché a leer las entrevistas que me trajo Morante en un libro con sal y con pimienta. Y me puse a estudiar. Y estudié la lición. No tuve la suerte de que algún mal de amores me llevara a estudiar otra lición más sabrosa aún.

1 comentario:

Sinda dijo...

Recuérdame que cuando vaya o vengas te enseñe algo que tiene que ver con el anónimo del encabezamiento de tu entrada. Es un regalo de cumpleaños de hace ya un decenio.

Y qué querés? "Volver a los diecisiete después de vivir un siglo"? Casi ná.
Besos