Hay poco que me salve en esta mañana de domingo. Mi atención aún sigue concentrada en esa coctelera que me ofrecen como desayuno los diarios. Y me agoto en la ira comprobando la insistencia infinita en molestar la vida del contrario, no por ayudar al resplandor de la verdad sino por el fastidio, por el placer mezquino y asqueroso de mojar la oreja al que se juega la cuota de mercado en el mismo campo de batalla.
¿Qué les enseñarán en las Facultades a los alumnos de periodismo? ¿En nombre de qué dioses usarán el cedazo que selecciona fotos y noticias? ¿A qué sirven su esfuerzo y su trabajo? ¿Se miran al espejo por las noches? ¿Qué rostro les ofrece su conciencia?
De toda la ponzoña, hoy me quedo con la noticia escueta de la moribundia de Vicente Ferrer, ese ser estupendo que, hace ya muchos decenios, se bajó de la senda de las normas, mandó al limbo los dogmas, se olvidó de cualquier jerarquía y se puso el mono de trabajo para dejarse la piel directamente con los que menos tienen. Parece que su obra anda ya cumplida pues se muere en el campo de trabajo.
No conozco al detalle la trayectoria de este apóstol del sentido común y del entusiasmo, y seguramente en ella habrá altibajos, pero su esfuerzo y su grito de guerra contra cualquier oído insatisfecho me llama y me conmueve, me anima y me recuerda que no todo es barro ni lodo, que hay gente sin complejos, que mira hacia adelante y ve tanta cosecha que no para de andar. Que le vayan a hablar a este buen hombre del divorcio o de la educación para la ciudadanía, de los conciertos educativos o del preservativo. Y que le pidan gastar tiempo para llevar a juicio el articulo equis perdido en el bosque del código penal. Seguro que, incluso ahora, en su lecho de dolor y de despedida, levantaría la vista, miraría con compasión a todo leguleyo, sentiría fuertemente la tontería encarnada en ser humano y pediría paz y sosiego, esfuerzo y entusiasmo, para lo que realmente pide urgencia y sacrificio.
Mi entusiasmo por gente como esta. A ella quiero agarrarme, en ella me complazco y me sereno. Ellos son mis referentes. Yo soy casi nada, pura contradicción, pero miro a su luz y juro que me anego y me conmuevo. Bravo por todos ellos.
A su lado, cada día, las otras caras mostrencas de la realidad, las fotos más oscuras, las obras más grises y egoístas, las vanidades múltiples sin casi fundamento, las miradas opacas y sin profundidad, el empeño continuo de separar a todos en buenos y muy malos, en vencedores y vencidos, en ganadores, que tienen que ser alabados para que el negocio siga, y en perdedores, que han de someterse a la humillación y a la voluntad de los más poderosos. En fin, una cloaca, la muerte en patinete por las calles, la huida hacia uno mismo como refugio último, la desazón continua, el viacrucis diario de este esquema de vida que nos obliga a todos a enfrentarnos a palos. Sé que hay gente estupenda por todas las esquinas. Estoy seguro de ello. Reniego, sin embargo, de lo que nos obliga a mirarnos con miedo, a robarnos el aire, a ejercer de enemigos para sobrevivir.
Voy a salir al aire y a un rato de paseo. Venga, vamos a ello. Sonreiré con el sol y me ungiré de olores; recordaré a los míos y pasearé con ellos sintiéndolos al lado. Seremos un buen grupo. Vamos, vamos.
domingo, 22 de marzo de 2009
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