viernes, 27 de marzo de 2009

ESCRIBIR SIN ESCRIBIR

Pongamos que me apetece escribir unas líneas que tengan que ver con la estación que ha comenzado: la primavera. Una descripción de la primavera. Como si fuera un ejercicio escolar. Parece algo cursi. Eso habría que discutirlo para bajarles los humos a los snobs tontitos de turno. Pero dejémoslo estar. Acaso el proceso podría ser este.

Tengo que descontar que el hecho merece la pena y no se trata de una ocurrencia cualquiera. Tendría todo el derecho del mundo, pero la justificación sería bien distinta. Justificaciones y apoyos hay muchos, pero no todos tienen el mismo peso. Demos pues por descontado este asunto.

Voy a darle un sesgo significativo determinado. Valga el más sencillo: seré yo mismo el protagonista y la descripción se hará en primera persona para el protagonista y en tercera para los demás elementos.

Debería darle un soporte temporal determinado. Me gusta mucho la tarde porque su simbolismo me ha ocupado muchas horas. Tampoco estaría mal la mañana como hora en que todo anda por hacer y conserva todo el impulso. Voy a descartar las horas centrales del día simplemente porque me da la gana y porque puede hacer mucho calor. Decidiré la mañana o la tarde cuando comience la redacción pero bien me doy cuenta de que la perspectiva es muy diferente según realice una elección u otra.

Y no hay nada que no se produzca en un tiempo y en un espacio. Así que tengo que buscarme un espacio. Parece que lo más inmediato es imaginar un campo abierto. Pero podría ser también un huerto acotado que se controla mejor y se precisa con más nitidez en los detalles. ¿Y si me sitúo en un interior que me sirva como contraste entre la falta de libertad y la libertad del exterior? ¡Cómo me acuerdo ahora de aquel Romance del prisionero! Tengo que decidir y no sé por qué camino tirar.

Ya tengo persona, espacio y tiempo. ¿Y ahora? Ah, pues debo ir eligiendo elementos que destaquen y que visualicen esa naturaleza. Tengo que seleccionar elementos de la naturaleza: algún prado, tal vez una montaña con un valle, acaso unos huertos, un pozo o un bosque. Hay mucho donde elegir y tengo que hilar fino. Y tengo que seleccionar también elementos vivos. Sobre todo animales: pájaros (¿cuáles?), mamíferos (¿cuáles?), alguna otra persona. Si selecciono árboles de un tipo, me condeno a imaginar un paisaje con una temperatura y un tipo de flora y fauna determinados; si los selecciono de otro tipo, tendré que situarme en otro espacio bien diferente. No parece lo mismo seleccionar oropéndola, gorrión y paloma, que elegir buitre, búho y grajo. Habrá que andar con cuidado; yo soy hombre de interior y de sierra, no de playa ni de terreno caluroso.

Y con todos estos elementos a mi mando tengo que tramar algo, los tengo que poner en movimiento. Y no lo puedo hacer de cualquier manera. Tengo que ordenar actividades, entradas y salidas de personajes, sensaciones y descripciones; tengo que atribuirles cualidades especiales que me los sitúen en una imagen que atrape y sorprenda, que ilusione o que conmueva. No estaría de más que enlazara algún plano corto con otro panorámico. Tendré que seleccionar muy bien sobre todo los adjetivos y tal vez sería bueno que no me demorara en las imágenes pues las ráfagas cansan menos.

Y no debo seguir aunque se me ocurren muchas cosas más para tenerlas en cuenta. Ahora voy a la práctica. Me voy a tirar al ruedo, que sale el toro y la experiencia lo merece.

Ha sido todo un truco. Un truco solo hoy y en este momento porque algo parecido es lo que uno hace cuando decide ponerse a hilar palabras y a crear algo que tenga sentido. Hoy voy a darle la voz a Juan Ramón y a su libro Platero. En él se puede seguir, en una sola página, este proceso que aquí solo se ha indicado. Así que ¡a leer! Ni que fuera esto un taller de escritura. Ah, y esto, como todas las demás cosas, se automatiza y ya parece menos laberíntico, hasta casi elemental.

¿O realizo yo la práctica? La solución, en otra entrada.

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