martes, 24 de marzo de 2009

PARA ABRIR EL DÍA

Me dormí anoche con la noticia del premio Alfaguara de novela para “El viajero del siglo”, de Andrés Neuman, con la conversación que prepara una posible compra de automóvil, con el menudeo de un proyecto que se tendrá que sustanciar hoy entre muchas personas, con la lectura de páginas de “El Caballero de la Carreta”, Chrétien de Troyes, y con el fondo de espejo siempre de mi madre. Qué coctelera tan sabrosa.

Me alegra la noticia del premio de novela para un autor muy joven a quien conocí una tarde en esta ciudad estrecha de Béjar. Había venido para leer en La Alquitara y hacíamos tiempo pasando la tarde en una terraza del Castañar. Hablamos de literatura sobre todo y ya me pareció en camino de cualquier cosa por sus conocimientos y por su escritura. Después he seguido un poco su pista literaria y siempre me ha gustado su quehacer. Nunca más he intercambiado palabras con él, ya solo son sus textos los que me interpelan. Espero de él un buen camino, que no se alce a la fama sacando pecho por nada y que entienda que está bien la vanidad pero solo para darse cuenta inmediatamente de que no vale para nada, salvo para notar la caída en cuanto falta y no hay otros apoyos más sólidos.

En el último año han pasado, o están pasando, por mis ojos las tres novelas que sirven de eje a esos ciclos tan jugosos de la llamada novela de caballería: el citado “Caballero de la Carreta”, el “Amadís de Gaula” y “El Quijote”. La primera marca la pauta, la segunda sirve de referencia y se queda con todo el personal, como si fuera un serial de televisión al uso, y la tercera desmitifica todo lo desmitificable y arrasa con toda posibilidad de continuación, las agota a todas porque muere de éxito.

Y me paro a pensar y me veo a estas alturas de la vida volviendo nada menos que a las novelas de caballería (¿cuántas personas habrán leído o estarán leyendo las dos primeras obras citadas?), con la cantidad de anacronismos y de esquemas rígidos que almacenan, con las enormes diferencias que se pueden anotar respecto de lo más actual. Las cosas no suceden del todo por casualidad, hay razones, no siempre directas, que las explican. Tengo la impresión -acaso algo más que la impresión- de que a ciertos lugares se llega porque se huye de otros en los que uno no quiere poner su tienda. Por supuesto que no me veo en ese mundo de los caballeros; claro que incorpora una escala de valores con la que no comulgo ni confieso; es evidente que no voy a pugnar por nada parecido en la actualidad. ¿Entonces? Pues eso. Y la realidad mostrenca y más inmediata ¿qué me ofrece? ¿No hay aquí y ahora caballeros acaso más imbéciles? ¿Y damas y damos que se entregan con armas y bagajes al mejor postor? ¿Y campos de batalla en los que los ideales brillan por su ausencia? Si es que estos campos están llenos de barro, de barro y de inmundicia, de ingenierías financieras al uso y al desuso, de intereses bastardos.

Tengo encima de mi mesa de trabajo los tres textos citados. Me refugio con calma y sin lililíes en su lectura. Y me vuelvo a quedar con El Quijote, precisamente por tanto como desmitifica, como reflexiona, como baja a la tierra, como me hace pensar, como me anima, como me tranquiliza y me hace compañía. Pero necesito los otros textos para entender un mundo de otro tiempo, acaso no tan viejo ni tan sofisticado como el que corre ahora.
Veremos qué sucede con los otros asuntos que se fueron conmigo hacia los sueños.

No hay comentarios: