domingo, 29 de marzo de 2009

ESCRIBIR SIN ESCRIBIR III

El caso es que aún no me atrevo a darle a esto de la descripción de la primavera una redacción concreta. Ando dándoles vueltas a los elementos esenciales que la tienen que sostener y a lo que realmente pueden representar. El esquema sigue siendo el mismo: tiempo, espacio, elementos humanos, materiales, vegetales, animales.

Pero no logro pasar fácilmente ni del primero de ellos. Había dicho que arrancaría con la mañana y no había contado con todo lo que de mí tira la tarde. Es verdad que me sigue ajustando un poco mejor la mañana si considero la connotaciones de vida en desarrollo, de aumento de tensión, de estallido, de crujido, de aumento de volumen, de pujanza, de brío. Si me quedo en la mañana, me veo más fuera del proceso que si me sitúo en la tarde. Por la mañana, mis ojos ven sorprendidos, mis oídos oyen asustados, mis narices huelen siempre olores nuevos y mi tacto aún no está acostumbrado a la finura. Siempre por la mañana hay cosas nuevas en comparación con el día anterior. No hay más que comprobarlo cuando uno se pone a escribir: parece que todo mueve las neuronas en imágenes nuevas, que salen de la nada a la superficie por primera vez. Sin embargo, si me muevo en la tarde, soy yo un poco más protagonista, me siento más yo mismo, sé que la descripción es ya solo pretexto para extraer conclusiones, para demorarme en las consecuencias, para cambiar de dirección o afirmarme en la misma, para sobrepasar el paisaje y alzarme hasta las consideraciones más abstractas. Parece como si la mañana me pudiera y yo pudiera a la tarde.

De modo que sigo dándole vueltas al contraste y a las implicaciones de una elección u otra.

Porque al fin de todo quiero encontrarme yo, quiero que sea mi visión del mundo la que nade en superficie o bucee en los fondos, deseo que la primavera -como todo lo demás- solo sea mi fotografía, la proyección de mí mismo, el milagro personal y limitado por mis propias miserias, el pretexto buscado para hilar la proyección mínima de alguno de mis poros y de mis células.

Y es que esto del tiempo me trae por la calle de la amargura. Porque solo soy tiempo, y nebuloso. Y me mido en el tiempo, y repaso mi tiempo, y pienso en ese tiempo que me queda, y analizo su uso y su desuso, y veo espacios muertos, y me levanto en otros más gozoso…, y me pierdo en la ausencia de la tarde.

Y es que yo ya me muevo en esa tarde de la vida, toda ella simbólica, sencilla, machacona, compañera continua que afirma su presencia cada hora más firme. Así que mi natural es acaso más ya de otoño, con ese perfil de decadencia, de hojas volanderas e imprecisas, dudosas en el viento, mullidas y asustadas en el suelo. Pero eso anularía mi redacción de la primavera y me había propuesto escribir veinte líneas con el frontis exacto de la primavera. Qué inútil. No he pasado ni de la variable del tiempo.

El sol se ha improvisado allá en lo alto y me sorprende lento en mi terraza. Es la mañana.

La tarde se suicida en el horizonte mientras pienso en tus ojos y en tu ausencia.

Son dos simples comienzos. ¿Quién me da un empujón hacia algún sitio? Yo solo no me atrevo. Hoy no; tal vez… Mañana.

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