miércoles, 11 de febrero de 2009

!QUÉ POBRES LAS PALABRAS Y LAS LEYES!

Se desahoga mi amigo Antonio en un comentario de mi blog, dando rienda suelta a la comezón (bueno, a la mala leche) que siente por una multa de tráfico que le han puesto y que da la impresión de que no la entiende justificada.

Me da pie la noticia para rogarle calma, para animarle al recurso -él anda versado en asuntos judiciales-, para empujarle a que los mande a todos al carajo si con eso se siente más a gusto y, sobre todo, para volver a considerar la pobreza de las palabras y de las leyes.

Se dice que en una sociedad civilizada, cuando dos personas no se ponen de acuerdo, acuden a unas reglas fijadas que se llaman leyes. Es eso que tan pomposamente llaman el estado de derecho. Vale, qué bien suena. Como intento no está mal, pero me parece que falla por demasiadas partes.

Para empezar, lo redacta y lo aprueba el grupo mayoritario pero no siempre la totalidad de la sociedad que tiene que cumplir el precepto. De modo que ya empezamos a regañadientes. Pero es que luego anda por medio la redacción y el oficio de las palabras y de los juntadores de palabras. Y volveré a dar fe de que las palabras, aun en la mejor de las variables posibles, son siempre debilísimas aproximaciones a la realidad, acercamientos a tientas y esbozos imprecisos de lo que se quiere decir. Cualquier aficionado al asunto de jugar con las palabras lo comprueba cada día y se duele con ello.

Por eso vienen luego las interpretaciones de los jueces, de eso que llaman el poder judicial, y que yo no entiendo por qué es llamado así y no simplemente grupo de funcionarios que trabaja con independencia -como me pasa a mí, coño, y no soy un poder del Estado-, yo no sé con qué horarios aunque me gustaría que fuera con el de ocho a tres, ni un minuto más pero tampoco ni un minuto menos, y los litigios en manos de abogados que recurren y recurren y que, ganen o pierdan, siempre se lo llevan crudo para casa y ya de paso empantanan la justicia, la hacen lenta y tediosa y terminan por mostrarla injusta y rechazable.

Y por si fuera poco, nos queda la escapatoria de los reglamentos, en los que ya se hila finamente a favor del que puede y del que escribe. O del agente que los aplica, que no siempre anda con la capacidad de entender que el sábado se ha hecho para el hombre y no el hombre para el sábado.

Y en esas llegamos a la multa, que no es más que un ejemplo de lo que antes se ha dicho. No sirve mucho aquello de “dura lex, sed lex”. Si hay que pagar, se paga, pues no es correcto aquello de “no sabe usted con quién está hablando”. Se trata de otra cosa.

Ayer escribía yo que una de las cosas en las que más creo -como buen creyente que soy- es el sentido común y la buena voluntad como forma menos mala para solucionar los malos entendidos. El sentido común no es el del lelo ni el del imbécil sino el del que asume las muchas deficiencias de sus razonamientos y no quiere echarse en manos de falsas tonterías ni de dogmas, sino que se acoge a la voluntad de rectificar lo mal hecho y de no volver a repetirlo. El resto es el castigo que en demasiadas ocasiones se transforma en venganza, y, si el que sanciona tiene pistola o porra, con mucho más peligro.

En el caso de la multa se habría evitado la mala leche del multado y estoy casi seguro de que habría aumentado en él el cuidado y el respeto por esa norma en el futuro. No parece poca cosa. No es el legalismo la mejor vía. A las pruebas me remito.

Así que vengan las leyes, pero con el cuidado de su aplicación y la certeza de que la realidad es infinitamente más rica que lo que se recoge en los preceptos. Y ceñirse a la letra es de miseria. Y yo no estoy dispuesto a ser tan pobre.

5 comentarios:

Adu dijo...

Ya sabemos que el sentido común es el menos común de los sentidos.
Ahora la cuestión es: ¿Antonio M. iba a 100 Km/h ó no? ¿su cabreo es por la falsedad o porque le pillaron "in fraganti"? El matiz es importante. (Disculpas si ya lo decís y se me ha pasado, de verdad que chocheo).
BBN

antonio dijo...

Bienvenida tu entrada de hoy, y tu acertada reflexión.
Esta vez das de lleno en el clavo. No debe aplicarse la ley teniendo en cuenta únicamente su letra sino, sobre todo, atendiendo a su espíritu. Más de una vez, hemos convenido tú y yo en que la redacción de los textos legales debería encomendarse a lingüistas o, al menos, pedir su participación en su elaboración textual.
Mi cabrero no se debe al hecho de tener que pagar –que también-, ni de que me hayan pescado “in fraganti”, expresión que no utilizaría en este caso, pues creo que conlleva un matiz de voluntad de hacer y por tanto de dolo, lo que está lejos de mi actuación. Digamos, como es más cierto, que no alcanzo a fijar el punto concreto donde tuvo lugar la infracción, ni recuerdo haber visto en toda la autovía señal alguna de limitación de velocidad a 80 kms/h.
Admito que la falta se haya producido; pasaba por allí el día y, aproximadamente, a la hora que se indica, y me niego a pensar que el velocímetro estuviera averiado. Me ahorraré, por tanto, el recurso porque no prosperaría y emplearé ese tiempo en cosas más provechosas.
Mi indignación se debe a que, en esto del tráfico, siempre se aplica la letra pura y dura, sin tenerse en cuenta circunstancia eximente alguna.
No suelo ir de bueno por la vida, pero no creo que quienes me conozcan me califiquen de temerario. Más bien al contrario, peco con demasiada frecuencia de prudente, y en esto de la conducción suelo acatar las normas.
Llevo conduciendo 32 años y habré recorrido cerca de 700.000 kms. He tenido siempre la misma compañía de seguros, que me aplica la máxima bonificación por no siniestralidad. Esta es la segunda denuncia de tráfico en todo ese tiempo. ¿No podría ser el ejecutor más flexible y, a la hora de aplicar la ley, valorar el comportamiento anterior del conductor, siempre que no exista una imprudencia temeraria o una reiteración de la falta? Lo que tú bien dices: hay que tener más sentido común y actuar de acuerdo con el espíritu de la ley.
Elevaré una queja, que no recurso, al Director General de Tráfico y procuraré en adelante fijarme más en las señales.
Y, digo yo, que qué os importará a ti y a tus lectores mi rollo. Cosas de la edad.
A.Merino

Adu dijo...

Ja, ja, ja...
Puestos así, a nadie le importa ni esto ni nada, cada cual se asoma donde le parece y que opine lo que le plazca.
Me temo que tu carta sevirá de poco, AM, pero si te hace sentirte mejor, estupendo. Yo tiré hace bien poco la contestación de una, dirigida al entonces Rector de la USAL, en la que me quejaba de la falta de seriedad en los cursos de Tercer Ciclo (Doctorado). El superintendente me daba la razón y punto. Por cierto... ¿y a vosotros que os importa?
Si es que hay que tomarse la vida con un poco de humor, hombres de dios, aunque no creais en él, y mira que los dos tocayos y lingüistas... En fin.
Las leyes para quien se las trabaja, hale.
(Post.data.- Seguro que me falta alguna tilde, podeis ponerlas al gusto).

antonio dijo...

Adu: los dos, amigos; los dos, tocayos, pero lingüista solo uno: Gutiérrez Turrión. Yo, bachiller y gracias.
Yo no sé si te faltan o te sobran tildes, pero comprendo lo que dices, y con ello la lengua cumple su función: entendernos. Saludos.
A.Merino.

Adu dijo...

Estupendo AM, no eres lingüista, ya os dije que chocheo, pero da lo mismo, hombre de dios, escribe esa carta y luego nos la enseñas si se tercia. Corto.
Gracias a ambos. Adiós.