jueves, 5 de febrero de 2009

COMO EN ZAMARRAMALA. O PEOR

“Nada es lo mismo, nada / permanece. Menos / la Historia y la morcilla de mi tierra: / se hacen las dos con sangre, se repiten.” Ángel González, con perdón.

Y yo, que me repito tantas veces cuando miro de nuevo al mismo sitio. Será que no he cambiado mis aprecios y desprecios, ni estoy por la labor.
El caso es que me hallaba esta mañana tomando un refrigerio, dándole vueltas a eso del plan Bolonia, o sea, arreglando el mundo, y, de vuelta hasta el curro, me noté sorprendido por un extraño ruido. Y no era de batanes ni de gatos zumbando en los tejados, como les ocurrió a Sancho y don Quijote. Quizás por tal motivo mis calzas no sufrieron el envite de lo que espera turno con paciencia, hasta que llega su hora. A punto estuve de ello. Era algo mucho más escandaloso, bajo, rastrero, vil, pesado, serio, intruso, casposo, advenedizo, innoble, indigno, indecoroso. Traía tal retahíla de rastros malolientes, que enseguida alcancé su condimento. ¡!!Eran las águedas camino del Ayuntamiento!!! Con su aguedesa al frente y su envarado séquito de longevas doncellas ataviadas con trajes de otros tiempos.

Como me sé de qué va la fiesta por su repetición de cada año, pronto puse tierra de por medio por que no pareciera que también yo era lacayuelo de la muerte y paniaguado de tal festejo. Pero no me iba a dejar ese zumbido con tan solo apartarme. De vuelta hacia mi casa, las vi aparecer de nuevo cerrándome la calle, con un santo subido en parihuelas, dando vueltas a un templo, como reunión de brujas en aquelarre eterno. Huí como carne que escapa del sentir de la navaja, pero aún la suerte me guardaba otro trance pues, al volver la esquina, otro grupo de extrañas iniciadas seguía su cantinela cerrándome otra calle ¿Por dónde puedo huir?, me preguntaba. Crecía mi zozobra, me tomaban la angustia, la ansiedad, el desasosiego, todo me acongojaba y me dejaba zombi. Acerté a toparme con una concejala que acompañaba al séquito. Le formulé pregunta bien retórica: “¿Cómo podéis tener tripas para tal sinsentido?” Me miró con ojillos de total complicidad. “Qué le vamos a hacer, hay que atender a todos”, fue su respuesta. Y aprovechó el momento para salir conmigo del embrollo en que se hallaba.

Y yo salí corriendo hacia mi casa sin mirar hacia atrás por si algo me seguía. Creo que todavía caminaba a mi lado un ruido extraño de gaita y tamboril. Pero yo corrí más y me encerré con llave. Y hasta ahora. Creo que aún escucho los ecos de una música turbia.

Un poco más en serio. ¡Qué sociología se esconde en esos festejos! Hay que mirar tranquilos para después dar cauce a cualquier opinión. Nada -faltaría más- contra ninguna persona, sí y todo contra lo que eso significa. ¡Que las más recluidas en sus casas sean las que vayan en procesión pública a mostrar sus poderes por un día, y al día siguiente vuelvan con la cazuela a cuestas a preparar la cena como meta de todos sus desvelos! ¿Qué significa eso? ¿Qué hay detrás de la costumbre triste y cochambrosa? Mi mente no me ofrece imágenes precisamente hermosas.

Después llegan la fiesta y la comida. Coño, que se diviertan, que están en su razón. Pero que se diviertan todo el año y den un paso al frente con todos sus derechos.

Creo que saldré a la calle y le pediré un baile a la primera que encuentre en el camino. ¿Baila, señora?

2 comentarios:

mojadopapel dijo...

Estas en lo cierto, el que se celebre fiesta reivindicatica femenina que nó feminista, solo un dia, es un escarnio para los derechos de la mujer.

Adu dijo...

Una vergüenza, esa fiesta es una vergüenza.