sábado, 14 de febrero de 2009

A LA VERA DE LA VERA

Yo había concertado por UNA-nimidad de mis narices un día claro y hasta luminoso porque yo tengo mano con el cielo. A Antonio M. le encargué la búsqueda de una buena ruta y la elección de un buen sitio en el que poder dar gusto a las necesidades alimenticias. O sea, que habíamos quedado a medio camino entre Cáceres y Béjar para vernos, para pasar el día y para comer juntos. Y la mitad del camino viene siendo Plasencia.

Hay días en los que cuando uno se levanta ya el sol anda en lo alto. Hoy era uno de ellos. Alguna razón habría. Todavía me dio tiempo a echarle los ojos a las hojas del libro que traigo entre manos. Mi terraza me vuelve a llamar a cada hora pues he decidido volver a ella después de muchos días de aparente hibernación.

Dejamos la sierra con la cara blanca y con la falda oscura, y nos fuimos camino de Extremadura, esperando ver los campos con otra cara más despierta, alumbrando quizás la primavera. Pronto nos dimos cuenta de que, cuando el sol sale, lo hace para todo el mundo, y de que, cuando le peta esconderse, también lo hace riéndose de todos. O sea, que tampoco la primavera ha estallado en esas tierras por más que sus prados ya verdean y anuncian que en tres días echarán a la calle savia nueva. Por el contrario, las montañas de la sierra de Segura mantenían la nieve después de ocho días en lo alto. Al fondo, en el horizonte de la sierra de Francia y de la sierra de Gata, sucedía lo mismo con sus crestas y sus lomos.

Decidimos ya juntos poner rumbo hacia la Vera, a ese valle del Tiétar que guarda las nieves en lo alto de Gredos, el calor de la ladera sur, el agua de sus gargantas desatadas y el tesoro de Yuste, aquel monasterio del emperador, el contraste más grande que vieron las historias, el refugio más parco para el poder más grande.
Tampoco en ese valle ha roto aguas la primavera, aunque anda ya en ello y parece que siente los primeros dolores. Pronto será la vida.

Estuvimos en Cuacos, subimos hasta Yuste, y nos fuimos hasta Jarandilla. Nos bebimos el sol y las cervezas gratis, que también en los Paradores se equivocan a veces y lo cobran con creces en las demás ocasiones. Y comimos menú de Parador. Y hablamos y reímos mucho rato. Y esta vez sí pagamos, con propina incluida. Y fuimos unos duques (¿eran los de Oropesa?) durante unas tres horas. Y presentimos buena primavera a tenor de la nieve que se acuesta este año en aquellas montañas. Y trajimos al habla y a la mente otros días por aquellos lugares, agostados y rotos, otros sitios lejanos que aguardan recibirnos en verano. Y nos hicimos fotos.

Y, coño, nos marchamos, que se dormía la tarde poco a poco y aún había que acercarse a Garganta la Olla, lugar tan destacado en otros tiempos. Juro que no íbamos de picos pardos: éramos dos parejas y muy bien avenidas. Paseamos un rato por el pueblo, visitamos la iglesia, abierta por la misa vespertina que acababa, la mujer sacristana nos empujó a mirar el pequeño museo de la iglesia, con patenas y cálices, casullas y breviarios. Y nos sacó una pasta que alguien echó al cepillo. Y dejamos el pueblo. Y nos cogió la noche en Jaraíz, ese pueblo verato que acumula frutales, pimentón y tabaco. Y volvimos a divisar Plasencia, que crece sin descanso, como vértice de varios valles fértiles.

Y Mercedes, y Nena, y Antonio M. y yo mismo, nos sentimos alegres al decirnos adiós. En Béjar hace fresco pero hoy nos arropamos con el calor de los amigos. Es una suerte grande.

1 comentario:

antonio dijo...

Y vaya que si es grande poder, de vez en cuando, volvernos a encontrar con los amigos, mirarnos a la cara, y descubrir que algunas arrugas, que no eran, se han puesto al descubierto, que pelo queda poco, y el negro cada vez da más paso a las canas. Y, sobre todo, descubrir que en tus amigos no anida lo vulgar, que hay mucha sensibilidad latiendo adentro. Reconforta descubrir que aman, que sufren como tú, que en lo esencial no son muy diferentes, que viven no solo para sí y tienen los problemas que tú tienes.
Verdad es que fue un hermoso día. Y, ya que cuentas todo, decir que hubimos de esperaros un ratito; mas, después de leer entre líneas en tu entrada las razones, poco importa, y doy por bien empleado ese tiempo de espera. Así pudimos disfrutarte en plenitud. Achaqué a la copa de tinto extremeño tu expresión de gozo y tu tranquilidad de ánimo y estaba equivocado. Acaso pueda el vino poner un poco más de euforia en las palabras, pero la sensación de paz que trasmitías la da otra cosa. Esta vez se te escapaba a borbotones la alegría y aderezabas la conversación con indisimuladas gotas de ternura. Nena sabrá por qué, pero qué bien que aún quedan brasas capaces de hacer crepitar llamas.
Por esta vez, olvidamos hablar de la política y hablamos del amor y de lo humano, dejando para un tiempo venidero lo divino. Y fuimos más de cuatro en nuestras mentes y añadimos otros dos a nuestra mesa pues, para no estar solos, trajimos con nosotros a Chus y a la Sinduca desde Málaga.
Qué gozo me da si estamos todos, qué orgulloso me siento de vosotros. No sé a quien dar las gracias, si no hay Dios, por todo lo que puedo tomar de cada uno. Cualquiera en mi lugar envidiaría poder tomar de Antonio la reflexión, la sabiduría de Jesús, la prudencia de Nena, el empuje de Sinda y el sexto sentido de Mercedes para ver más allá de mis narices, a más de la paciencia de aguantarme y encima demostrarme a cada instante que un poquitín, al menos, sí me quiere.
Qué envidia ¿no?, lector. Pues así son mi mujer y mis amigos. Todo un regalo.