Me he refugiado en casa en esta tarde, después de hollar el campo mucho rato esta mañana. Sé que el mundo anda al aire, disfrazado con no sé qué ropajes, que hay grupos que desfilan, se exhiben, cantan, bailan, forman grupos, buscan formar cortejo de otros cuadros que no son los del pan de cada día, que anulan los prejuicios y las normas, que se hunden en la broma, el regocijo, en la risa y el juego. En pleno carnaval.
No me siento llamado a ese festejo, no conozco sus reglas ni sustento sus ritos, descreo de lo expresivo de esas necesidades de una vez en el año. Pero no quiero tampoco despachar el asunto con un simple gesto de rechazo. Están ahí por algo, son fiestas muy antiguas, preceden a otros ritos de signo religioso, surgen de los impulsos más humanos -y algún empuje de nivel publicitario-, afectan a los juegos más simbólicos, airean las costumbres más pacatas y las dejan colgadas y secándose durante algunos días. Ya se empeñó la iglesia -por si acaso y siguiendo sus costumbres- de poner enseguida el contrapunto con lo de la cuaresma. Aquí no se escapa nadie de purgar los pecados en otro ramadán organizado para castos y ricos que pueden pagar bulas y esconderse en refugios bien seguros.
Yo vivo al mismo tiempo pero en otro tiempo, sencillamente viendo pasar el tiempo, pero curioseando un poco por mi tiempo. Porque, cuando uno vive, tal vez no suceda nada. La gente va y viene, entra y sale, come, dormita, estudia, reposa y juega al tute -el mus es otra cosa reservada solo para los tipos más aventajados-, mira, toca, se extraña, se va poniendo vieja.
sábado, 21 de febrero de 2009
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Los campos cacereños se han hecho, de repente, primavera, y respira el camino flores de almendro. Algo más apartadas, las mimosas esparcen por el valle un perfume intenso. Brilla el sol en lo alto, y solo rompe el silencio un concierto de trinos, algún balido de oveja y el ladrido de un perro, que guarda celoso el rebaño. Sobre el verde tapiz de los prados, se alinean vetustos olivos, recién descargados del fruto.
Se ha quedado el almendro en el valle y, con él, las mimosas. Tampoco el olivo se atreve a subir más arriba, y el camino se ha hecho vereda. Entre jarales densos, que apuntan ya flores, lunas llenas de abril con el tiempo, asciende, ahora, el sendero, arrastrándose lento en mil zigzagueos. Me dejé subir a su lado, en calma mi espíritu y borracho el corazón de sensaciones, hasta hacerme cumbre con el sendero.
También aquí es carnaval, y ha comenzado disfrazándose de primavera el invierno.
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