domingo, 1 de febrero de 2009

EL MERCADILLO DE LAS VANIDADES

Me gustaría saber si es que guardo algún deseo inconfesable, si escondo en mis adentros alguna frustración no detectada, si mi mente no alcanza más allá de lo mostrenco, si no camino por las vías de cualquier otro ser tan normalito, si tengo que cambiar tan bruscamente. Iré al sicoanalista o al sicólogo (así, sin “p”, que queda más extraño) para que me embadurnen aún más la cabecita.

Llevo oyendo la serenata del anuncio de entrega de los premios del cine por lo menos tres semanas. Los medios se hacen eco de las nominaciones, de los actores y actrices concurrentes, de los lugares de entrega, de los detalles y preparativos, de… Parece el fin del mundo. Pero ¿a qué viene esto? ¿Qué se está reforzando con toda esta fanfarria?

Hasta donde se me alcanza, estos premios no son más que un mal remedo de la entrega hollywoodiense de los Oscar. Mi animadversión hacia lo que allí, en los Astados Unidos, se produce es bien notoria y no la oculto. Su escala de valores me parece absolutamente subversiva en el peor sentido imaginable. No entiendo esta imitación papanatas, aborregada e imbécil que aquí se manifiesta.

Me refiero, por supuesto, a toda la parafernalia que acompaña a estas ceremonias: a trajes y vestidos, a peinados varios, a compañías al uso, a escotes exigidos por los leones hambrientos, a portadas y fiestas, a discursos inconexos y no alfabetizados, a…. ¿Qué es eso de las alfombras rojas o verdes? ¿Para qué sirven? ¿A qué se paran ahí todos esos personajillos de tres al cuarto. ¿A qué aspiran siempre? ¿Qué es eso de ser la mujer o el caballero más deseado de todos? ¿Por quién es deseado/a? ¿Para qué es deseado/a? En mi pueblo eso tenía un nombre de dos sílabas muy sonoro y escueto. En el Retiro funcionan a diario y con mucha honradez por su parte. Ah, ¿que dicen que la gente lo que quiere es eso?; pues la misma consideración para toda esa gente. ¿No será demasiado? Seguramente sí, pero la analogía es una regla de oro en el razonamiento. Y de perdidos al rio. Con dos.

Coño, que a mí me gusta el cine español porque lo que presenta me resulta cercano y en estructuras de aquí, no de colegio ni de ciudad americana, que competir con las mismas tonterías no puede llevar más que a tonterías parecidas o mayores y, para eso, ya tenemos el original. ¿Cómo se prestan a esto personas como José Luis Cuerda, por ejemplo, por quien siento auténtica veneración? ¿Cuándo se va a apoyar en la centésima parte cualquier otra actividad creativa (literatura, pintura, música…) o de pensamiento (filosofía, ensayo…). Pero, ¿quiénes son estos colegas? ¿Hasta dónde llega la vanidad del tonto? ¿Y el seguimiento ovino de tanto despistado?
Sé que en ese mundo hay gente que merece mucho la pena y no entiendo por qué tienen que pagar tan alto precio con tal de encajar en la estructura.

Tengo que repescar mi juego de palabras que tienen como base la entrega de los Oscar. Sigo pensando igual que en aquel tiempo.

Luego viene el apagón de luces, el guión trabajado, las escenas medidas y la iluminación más adecuada, los fundidos, los planos, las polisemias varias…, y la imaginación en su exacto desarrollo. Pero esa es otra historia: eso es el cine.

No hay comentarios: