viernes, 20 de febrero de 2009

POR FUERTES Y FRONTERAS

Es febrerillo loco el que me enseña que los días se van estirando, que la sombra se va haciendo ya tiras y que los contrastes son cada día más visibles. La terraza me llama, la mirada se alarga y los campos empiezan a mostrarse, muy poquito a poco, de otro color menos oscuro.

La cigüeña se acuesta en sus nidos y parece aún en el último sueño cuando paso por las calles estrechas de esta ciudad, también estrecha toda ella. Allá en lo alto, seguras y alejadas de todos los peligros, muestran sus cuerpos blancos y encogidos, inmóviles y como despreciando la primera presencia de la luz.

Unas manos inicuas me han robado la presencia serena de unas cigüeñas que eran vecinas y que formaban barrio con mi casa. Tengo que conformarme con verlas y admirarlas volando por las tardes o en estas amanecidas grises y frías.

No sé si no se habrán equivocado con regresar tan pronto. Debían de barruntar la primavera, la tierna primavera, pero se equivocaron. Apenas ha despertado la tierra de su letargo y aún todo se cobija y hasta se esconde en el interior de la tierra y de las ramas desnudas. Tendrán que esperar días hasta verse en su ambiente, hasta sentirse tibias, hasta lanzarse al aire y a los campos, hasta volar sin freno, hasta desplomarse inmóviles en sus nidos fabricando la vida. ¿Y qué harán hasta entonces? ¿Qué verán cuando miren? ¿A quién le contarán sus aventuras? Porque han marchado al sur en el invierno, han traspasado mares, con el agua en el fondo como único paisaje, acaso en lejanía habrán visto algún barco y se habrán acercado hasta sus palos exhaustas y con aire complacido, se habrán echado al mar para un descanso, habrán abierto alas para tener timones y apuntar el camino con dirección correcta, habrán sentido miedo y tal vez las más débiles habrán abandonado la aventura para quedarse inertes en las aguas. ¿Y cuando vieran tierra? Qué feliz aventura, qué gozo tan intenso, qué noches allí arriba, cerca de las estrellas. ¿A quién pueden contar sus aventuras?

Hay que atizar la lumbre y llamar pronto al sol para que las caliente, hay que urgir a la tierra para que eche a vivir a las flores y a las hierbas del campo, hay que gritar el canto de la vida para que las cigüeñas puedan hundir sus picos en busca de comida. ¿A quién van a contar sus aventuras? ¿Dónde van a encontrar sus alimentos?
¡Se van a morir de hambre y de frío, pobrecitas!

Pero vengo a pensar que, a pesar de sus penas, han tenido un viaje sin fronteras, nadie les ha pedido el pasaporte, ni han visto alambradas que les impidieran el paso, no se han encontrado con policías de frontera ni han tenido que estar escondidas para pensar el viaje. No saben las cigüeñas de patrias ni naciones, desconocen las leyes de extranjería y no buscan papeles ni huyen de la presencia de la policía.

Tal vez alguna parte del trayecto lo hayan hecho en paralelo con alguna patera cargada hasta los dientes de inmigrantes, ateridos y ocultos, ayunos de papeles, vacíos de cariño, con guardias a la espera, con huidas en medio de la noche, con tributos tremendos a favor de los peces, en camino hacia una meta preñada de peligros.

He visto esta mañana a las cigüeñas subidas a las torres de todas las iglesias. He pasado un buen rato con Youssouph paseando y hablando. Esta tarde he reunido ambas imágenes. Lo demás llega solo, fluye sin convocarlo, me deja aquí sentado pensando en muchas cosas.

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