lunes, 16 de febrero de 2009

CONCIERTO EN SOL MAYOR SOSTENIDO

En la nave central de aquella iglesia se apilaban las muecas de los muertos, de los que, con el eco de la tarde, buscaban otras luces y se dejaban llevar por los impulsos de sus gargantas ebrias. Era la hora en que todos alzaban su plegaria hacia la altura, buscaban el perdón de sus miserias, se abalanzaban contra todo signo sagrado y anhelaban la boca de quien salmodiaba desde las esquinas.

Una lentísima procesión logró ponerse en marcha. Los cantos se mezclaban, se alzaban los brazos, se rasgaban las túnicas y se aplicaban cilicios en los cuerpos. Los más llagados suplicaban más tortura y los menos iniciados miraban implorantes, como novicios dulces, como iniciados tiernos. Las mujeres alzaban sus vestidos, desnudaban sus cuerpos, gritaban suplicando los fuegos del escarnio. Gritaban las mujeres, los hombres repetían los gemidos; los hombres gritaban, repetían gemidos las mujeres. Chillaban y gritaban y gemían los hombres, las mujeres, los niños, las mujeres y los hombres. Gemían los niños, los niños gritaban y chillaban. Los hombres y mujeres se afanaban en proclamar los gritos, hacían chillar a todos los niños de la iglesia. Los brazos de los hombres se elevaban por encima del cuerpo de los niños. Y gritaban los brazos de los hombres, chillaban y gemían en sus dedos, apuntaban al cielo y arañaban el suelo. Las cabezas de todas las mujeres lloraban en gemidos, chillaban en sonidos cortantes e imprecisos, se ofrecían en círculos a las manos gimientes de los hombres. Y los niños en fila chillaban y gemían buscando con sus manos las cabezas de sus madres y las gimientes cabezas de los hombres. Y todas las gargantas se llagaban de voces, gritos, lloros y gemidos. Los ojos de los niños y los hombres destilaban las sales del grito y la amargura.

Después de una estación, callan y mueren, resucitan y vuelven a los gritos, se vacían las cuencas de los ojos, se mezclan mientras chillan los hombres, las mujeres, los niños. Las caras se enrojecen con un color de sangre y de fatiga. Vuelve la turbamulta al griterío, a chillar las mujeres, a gemir los más jóvenes y a suplicar los hombres.

La segunda estación y la tercera. Gritos, gemidos, lloros, los chillidos al viento y al espacio. Y así todo el calvario. La tarde se desploma y el cielo se revela en griteríos. La luz es una llama, se asoman a la nave de la iglesia los pájaros, las nubes y los vientos. Y gritan todos juntos, y salmodian en un caos infinito. Los cuerpos no son cuerpos, son un cuerpo moviéndose en compás descontrolado.

Pero llegó del fondo de la nave, tal vez del coro oscuro y escondido. Y fue un suave sonido, la dulzura y la miel en un suspiro, la bondad en los ecos, la armonía en el viento, la calma y el sosiego, el compás acordado, “la música callada”, “la soledad sonora”. Todo encontró otro sitio. Nada buscó otro asiento. Todo alcanzó quietud. Los cuerpos volvieron tras sus pasos. Las filas encontraron su fiel alineamiento.
Se alzó la voz del canto, de aquel canto armonioso surgido de las voces de algún coro ortodoxo que no quería mostrarse. Las paredes oyeron y cantaron, los cielos se acordaron de lucir con más fuerza, las nubes y los vientos se quedaron colgados, el tiempo se olvidó de dar un paso y se quedó dormido.

Todo se está perdiendo en la armonía: los hitos, el ocaso, las formas de las cosas, los latidos, el sentir la presencia. Y todo es ya la nada. También ese sonido, que fue rumor, fue eco…, fue ya nada, es nada, nada, nada.

N.B. Para Antonio Merino y para Manolo Casadiego, dos melómanos reconocidos.

4 comentarios:

Manolo dijo...

La música transmutada en recreación literaria. Una hermosa fuga, que el mismísimo J.S.Bach hubiera apadrinado, sugerente de un dramático miserere comenzado lentamente y llevado in crescendo hasta un irreal paroxismo, para relajarse con el suave contrapunto de los armoniosos tonos de la “música callada”, “la soledad sonora” y el allegro de la luz de los cielos, el olvido del tiempo, para al final hacerse silencio...nada.
Muchas gracias, Antonio. Tu exquisita, dulce y conmovedora sensibilidad me ha emocionado.
Un abrazo.

Sinda dijo...

A mí también me ha parecido emocionante tu entrada de hoy, y precioso el comentario que te ha hecho Manolo.
Sé de uno que se va a emocionar más.
¿Es o no cierto, Merino?

mojadopapel dijo...

Ya sé porqué sois tan buenos amigos.

antonio dijo...

Me he quedado vacío, sin nada que decir.
Me ahogaron los chillidos, rompiéronme los tímpanos los gritos. Anduve perdido entre el tumulto. Roto de dolor, quebró mi voz entre el gentío...
Pero llegó la música y convirtió los gritos en voces armoniosas, en graves vigorosos, y ya no oí chillidos, que ahora eran sonidos cadenciosos y voces aflautadas. Tomóme entonces la emoción, acompasó el ritmo de mi sangre, quédeme sin sentido..... y ahora no puedo decir nada.

La verdad es que sí que puedo decir algo: felicitarte por la fuerza del texto y agradecerte la dedicatoria de tu entrada.

Seguro que ya se te habrá ocurrido a ti, pero, si acaso no, pásale a Manolo una copia del disco con mis saludos. Un beso para ti, Sinduca, que me conoces bien.
A.Merino.