Siempre ha sido muy débil la palabra, al menos en mis labios y en mis manos. Hoy lo es un poco más porque no sabe dar cauce cierto al pensamiento, y mucho menos hoy al sentimiento. Ayer por la mañana, bajo un cielo gris y entristecido, hemos dado sepultura a Magdalena, mi suegra, la madre de mi Nena. Han sido días muy tristes estos últimos días. Los últimos años de su vida han sido tamizados por un cruel alzheimer que la ha tenido al pairo, desvahída, serena, en otra parte, con la sonrisa incierta, con un gesto tranquilo, como con la resignación a flor de piel y de ojos. Apenas si articulaba alguna sílaba en los últimos meses, su movilidad se fue marchando hasta olvidarse de ella, y ella se fue apagando sin molestar a nadie, al lado de los suyos, de su Ángel, de sus hijas todas, de todos nosotros que la veíamos estar sin ser ya casi.
Los tópicos al uso promocionan reservas para el trato con las suegras. Qué tontería más grande, qué bobada. Magdalena es la madre de mi esposa, a mí me quiso siempre como a un hijo, me cedió tantas cosas…, fue tanto su cariño con mis hijos, la gente la quería por todas partes. Qué puedo yo añadir a tanto aprecio. Yo la quería mucho, aún la quiero y la recordaré siempre con cariño.
Pero es que la vida de mi suegra ha sido en buena parte la vida de mi esposa. Siempre juntas las dos, atenta a cualquier cosa, cada día de visita hacia su casa. Y, mira tú por dónde, el día de despedida nos hallábamos a cientos de kilómetros (un viaje especial nos trajo hasta su lado). Y la vida de Nena es también casi toda mi vida. Por eso tanto amor y tanto roce, por eso tanto lloro, por eso tanta pena.
Ahora toca el futuro, la mirada hacia el frente. La vida se renueva cada hora, y más en primavera. Tengo que sacar fuerzas de flaqueza, estarme más que nunca al lado de mi esposa y de los suyos, saber seleccionar en los recuerdos aquellos positivos, que son todos, de la vida feliz de Magdalena. Tampoco es lo más sano no dejar que el recuerdo se aparezca y afirme su presencia. El roce hace el cariño y la vida se alarga en el recuerdo. ¿Por qué negar que afloren y se sienten un rato con nosotros? Que vengan cuando quieran, porque son agradables todos ellos. Pero iremos haciéndoles hueco a nuevos hechos, a todos esos que van conformando nuestras horas, nuestros días, nuestras vidas. En ellos tendrá un sitio Magdalena, con su carita dulce, con su mirada tierna, con su gesto de amor. Un abrazo muy fuerte y hasta siempre. No puedo más, se niegan las palabras.
sábado, 3 de mayo de 2008
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1 comentario:
No somos nada amigo. El día menos pensado se encuentra uno con el de la guadaña sin comerlo ni beberlo.
Pero hay que seguir. Los que quedamos aquí somos la memoria viva de los que se fueron.
Mis condolencias.
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