miércoles, 14 de mayo de 2008

MI FUTURO

¿Cuáles son las perspectivas de futuro para este tercio de vida que nos queda? Es una pregunta que me formulaba Jesús Majada en un comentario muy reciente. Y yo qué sé, colega, amigo, compañero. Qué pregunta tan honda y tan difícil. Yo me la formulo de cuando en cuando y siempre lo hago con precaución y miedo. Porque el futuro es todo mientras que el pasado es nada, una pequeña cosa que se inicia el día del nacimiento, o sea, apenas unos años de consciencia, de sentirte seguro por la vida. Pero después, ay después. Es que después es todo, lo que haya de vivir y el tiempo del olvido, o sea, la eternidad, ese silencio denso, fosilizado y pétreo que lo penetra todo, que lo congela todo, que lo mantiene todo. Es verdad que también mi conciencia se suele detener en esos escasos años de los que tenemos noticia, en esa época en la que parece que tenemos autonomía para decidir cosas, o sea, en eso que llamamos esta vida.
Me gusta la sencillez y la plasticidad de la imagen que representa a la vida como una montaña que hay que subir y bajar, como una línea curva punteada de horas, de momentos sencillos, de intrahistoria. Me veo cuesta abajo y noto que mi coche adquiere velocidad acelerada. Y es que el paso del tiempo no es lineal. La medida del tiempo es el único bagaje que el ser humano trae a la vida, y lo hace para ir descubriendo que los acelerones son continuos y que no puede aplicar solo fórmulas matemáticas para medir el paso de los días. La madurez remansa las ideas pero acelera el tiempo, pone en marcha el reflejo de los retrovisores y ya nos amenaza de continuo con imágenes vistas en otros días pasados.
Me da miedo el dolor de la vejez, simplemente me da miedo el dolor, puesto que no conozco su sentido ni a qué cojones viene tanto empeño en que los seres sufran. Me da miedo cargarme de soledad no buscada, pues la verdadera enfermedad del ser humano es la soledad. Ni cánceres ni sida; la soledad del hombre es lo más triste. No tengo nada claro mi acoplamiento a los demás en los momentos de mayor dependencia, pues tengo mi carácter y apenas puedo renunciar a mi visión de la vida y a mi escala de valores. Y, en fin, sigo buscando algún sentido razonable a este asunto que llamamos vida y tengo que reconocer mis escasos progresos en el intento. Acaso porque tenga que quitarle el apellido de racional y conformarme con alguna explicación de tipo sensible y nada más, tal vez tenga que recogerme en los predios del sentimiento y dejar por imposibles los del pensamiento. Pero es que aún sigo atento a aquellas palabras sabias: “Piensa el sentimiento, siente el pensamiento”, y me da miedo levantar los cuarteles de invierno y declararme inepto y desvalido, desdibujado y torpe, fracasado en el intento de alzarme como hombre, con la capacidad de echarle un cuarto a espadas a la vida y de seguirla al aire de lo que dicta la conciencia forjada en la fragua de la razón.
Así que mi futuro es todo un lío, un espacio vacío que, opine lo que opine, se ha de llenar de tiempo, de tiempo acelerado, de añoranzas sin tregua del pasado, de dudas sempiternas y de final olvido. Por cierto, ¿será por fin un tercio lo que queda para andar los caminos de la vida? Aquí las matemáticas no sirven, cualquier mal aire estropea las cuentas y se encapricha de lo que amamos tanto, un golpe de fortuna, un arrebato, un capricho del tiempo, un desajuste orgánico, en fin, cualquier motivo. Quién sabe lo que aguarda. “Lo que haya de venir aquí lo espero”. Sin levantar la voz, sin hacer demasiado ruido, pensando que en la esencia de las pequeñas cosas hay una paz sabrosa. Ese es mi territorio, en él me quedo.

1 comentario:

mojadopapel dijo...

Yo también me quedo en la esencia de las pequeñas cosas, y la naturaleza me provoca un disfrute laudánico, por eso mi refugio es Bejar, independientemente de toda la gente interesante que he ido descubriendo en esta estrecha ciudad.