jueves, 8 de mayo de 2008

EL FRACASO AJENO

Me sigue desasosegando una evidencia sobre la que creo que he escrito aquí hace escasas fechas. Se trata de ese empeño casi colectivo de vivir a la contra y no a favor de las cosas. Creo que nos afecta a todos y que se practica en todos los niveles de la vida. El más evidente y para mí preocupante es el de la política. Se diría que un representante público es mejor cuanto más sea capaz de dejar en ridículo al contrario, cuanto más despelleje al de enfrente y cuanto más le haga morder la arena. Desde aquellos tiempos del circo romano para acá hemos cambiado poco en este y en otros aspectos. Una parte de la derecha más extrema anda ocupada casi permanentemente en exigir a sus muñecos políticos que disparen con más fuerza y que no reparen en contemplaciones. Y, cuando no lo hacen, ponen el grito en el cielo e inmediatamente exigen su destitución y su cambio por otros más predispuestos a este tipo de pelea. Véase lo que ocurre estas últimas semanas y dedúzcase consecuencia. En otras ocasiones lo podemos ver en el otro extremo del panorama.
Algo similar ocurre en el mundo del deporte. No hace muchos días que un periódico deportivo de la capital de España, después de que un equipo catalán hubiera perdido su eliminatoria en la copa de Europa de fútbol, hacía leña del árbol caído con este titular: “Y todavía les queda hacer el paseíllo”. Hacía referencia a ese paseíllo que he visto hacer educadamente a esos jugadores al Madrid como homenaje al ganador de la liga de fútbol. Naturalmente que todo obedecía al morbo y al intento de vender más periódicos entre todos aquellos que participan de esa forma de regodearse en la desgracia de los demás. Por desgracia es práctica diaria en los titulares de muchos periódicos. Creo que es la primera vez en mi vida que deseé que el equipo catalán le hiciera la vida imposible a ese Madrid y hasta que le ganara la liga. Y eso por no entrar en otras polisemias y posibles interpretaciones vejatorias de hacer el paseíllo.
¿Por qué esa necesidad de humillar a los otros en lugar de ensalzar lo nuestro? ¿Qué beneficios, salvo el asquerosamente económico, se pueden extraer de tales prácticas? ¿A qué viene esa necesidad casi vital de gozar con la servidumbre del que vive con nosotros? Tengo la impresión de que, por desgracia, el asunto se asume como algo normal por frecuente y de que los de enfrente gozan del mismo modo cuando les toca a ellos exhibir su superioridad. Es esto consagrar una práctica perniciosa y degradante que no sé adónde nos puede llevar, pero que sí sé a quién favorece más y en más ocasiones. Acostumbrarse a ella es dar por buenos y por naturales la desigualdad y el sometimiento, renunciar a mejorar la convivencia por desistimiento y favorecer que los más fuertes, que son los que más veces van a verse favorecidos por la situación, pierdan la mala conciencia y vean estos hechos como algo normal y hasta bueno.
Parecen consustanciales con la naturaleza humana el juego y la diversión. Someter lo más sentimental a esos cauces creo que poco o nada tiene que ver con ese juego y con esa diversión.
Desgraciadamente creo que el ejemplo se puede extraer de cualquier ámbito de la vida. Al menos de esta vida en la que nos gastamos todos y en la que deberíamos favorecernos todos porque a todos nos va lo mejor de nosotros en ellos. Jugar a la contra en la vida acaso pueda reportar buenos dividendos, pero es poco plástico, poco ético y escasamente entusiasmador. A la larga lo que provoca es recelo y enfrentamiento y nos lleva más a desear el fracaso del contrario que nuestro propio éxito. ¿Para qué vale semejante despropósito?

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