sábado, 10 de mayo de 2008

BAJO LA LLUVIA



Se amontonan los días que destilan la lluvia mansamente desde el cielo. Ese cielo, en estos días tan húmedos, está cerca del suelo, se asoma y se aproxima como llorando a ratos, como partiendo penas, como cediendo lloros. En Béjar llueve hoy, y llovió ayer y lloverá mañana; es una primavera de humedades y es un mayo de lujo en el paisaje.
También esta mañana hemos salido al campo, nos hemos hecho hierba, hemos dejado que la lluvia nos mojara y nos ungiera como pocas veces, nos hemos sometido a su bautismo entre nieblas y nubes.
De nuevo hemos hollado las montañas y el valle del Ambroz y siempre con la lluvia de eterna compañera. Hemos visto el pantano, nuestro pantano, fuerte y engreído, con su vaso colmado, repuesto de su sed de tantos meses, con la niebla envolviéndolo, con las laderas prestas a cederle sus aguas, con el valle infinitamente verde. Y al otro lado, en la misma frontera con Cáceres, el Cancho de la Muela, la Garganta escondida, el Ambroz a lo largo y a lo ancho, el Pinajarro arriba, controlándolo todo como gigante tuerto, y las amplias llanuras extremeñas. Es este un paisaje conocido y frecuentado pero nunca gozado del todo. En estos días de mayo los verdes son intensos, intensísimos, y tiernos como niños en pañales. Todo es monocolor, las flores han dado paso al proyecto de fruto y todo se halla verde, salvo el agua que llena los regatos y torrentes. Hoy, además, es día de niebla, que envuelve entre algodones los paisajes, que nos sumerge a todos entre sus blondas grises, entre sus figuras caprichosas, entre sus bosques densos.
En la mitad del valle hemos parado, hemos andado un trecho para asomarnos al regato Balozano (qué extraña etimología cuando todo pide “valle lozano”) que se precipita lleno y enfadado por las peñas abajo, nos hemos sentido entre la niebla como viejos espectros, como fantasmas ciertos. Y siempre con la lluvia con nosotros, encima, a nuestro lado, en nuestros cuerpos. Hemos sentido el valle como un campo de verdes infinitos, como un proyecto fiel de paraíso, como un lugar donde pararse siempre, donde perderse siempre, donde olvidarse siempre.
Con lentitud y asombro, hemos llegado a Hervás, pueblo también cercado por el verde, sembrado entre los verdes, hundido entre los verdes, perdido en el paisaje todo verde. Allí el barrio judío, su parque bien cuidado, su mercadillo amable, las cerezas, los quesos, los tomates, la primavera toda con sus frutos recientes. Y la lluvia constante entre la gente, como una bendición pausada y solemne. La mirada se marcha sin complejos hacia todas las partes, hacia el puerto de Honduras, hacia los montes todos, hacia el pueblo, hacia las gentes que cambian sus productos en la calle. Es momento oportuno de comprar lo que salta a la vista. En Hervás hay mercado los sábados, y hay polideportivo donde regalan migas las gentes del Ambroz, y se venden cerezas traídas desde el valle cercano, y se enseñan productos de la tierra. Y nosotros compramos, y nos mojamos con el agua, y nos ungimos con el agua, y nos anegamos con el agua, y dejamos que el agua nos empape porque somos del agua, y nos vamos a ver el agua contenida en el pantano de Baños, colmado hasta los topes, y paramos en Puerto para comprar hojaldres, y volvemos a Béjar convencidos nuevamente de que somos también naturaleza, de que ella nos contiene y nos sostiene, de que ella nos habita, de que nosotros somos ella misma.
Fue otro sábado en Béjar, fue otra vez la lujuria del paisaje, fue otra vez la potencia de la naturaleza. Y yo tuve el placer de estar en ella, de sentirla y gozarla, de sentirme uno más en sus dominios, de mirar y ser nada, de ser todo a la vez.

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