Durante estos últimos días es una de las sentencias que más vengo oyendo. Con ella se me trataba de expresar la normalidad de que Magdalena hubiera fallecido, teniendo en cuenta su edad y su situación física deteriorada. Y no solo es expresión que yo haya oído sino que también la pronuncio yo mismo con la misma intención de calmar a quien me la escucha.
O sea que significa que la vida tiene sus leyes, que se cumplen muy a su aire y lejos de la voluntad de los seres que la viven, y que nosotros debemos acordar nuestra voluntad con la suya. Pero es algo que damos por bueno cuando esa ley implica lo que está cerca de la normalidad -como frecuente- y no rechina al sentido común. Si no se cumple tal premisa, no entendemos -yo no entiendo- lo que pueda significar ley de vida. ¿Es ley de vida que se muera una persona de treinta años, por ejemplo? ¿O que se case una persona a los veinte años? Y, sin embargo, hay tantas excepciones en eso que llamamos ley de vida… Cuando aplicamos la expresión a la muerte, además, siempre nos rebelamos contra la normalidad y quisiéramos vivir en la excepción, en ese alargamiento especial de la vida, sin considerar que la naturaleza sigue haciendo de las suyas en todas las circunstancias.
Así que esto de la ley de vida nos sirve como consuelo y como poco más. Esto de someterse a lo que le sucede a la mayoría como algo soportable es acaso una línea escapatoria necesaria y, en todo caso, eficaz. Parece como si aquello de que la justicia tuviera que ser comparativa también se cumpliera aquí y cuando uno ve al vecino con achaques acaso los soporta mejor en su persona que cuando ve a todo el mundo a su alrededor sano y con vitalidad. Y eso que la sabiduría popular ya se ha encargado de señalar la maldad de tal costumbre cuando proclama aquello de “mal de muchos, consuelo de tontos”.
Estamos instalados en unos territorios de la normalidad. En ellos descansamos, somos más previsibles, nos asustamos menos, andamos más seguros, compartimos con los que van al lado, estamos un poco menos asustados, cumplimos las leyes de la vida.
Y, sin embargo, también queremos -también quiero- el territorio de la improvisación, el reino de la duda, la mañana inocente y prematura, el segundo siguiente en el que no sé qué me espera, la novedad de hallar mediterráneos personales, la individualidad, la sorpresa continua, el mundo renovado en cada hora, el redescubrimiento de mí mismo buscando en la espesura…, la vida revelada en mi persona.
Acaso también eso es ley de vida, lo mismo que la otra, la que nos arrebata por el tiempo a los seres queridos, la que nos llama al orden y a la norma, la que nos hace exactos e iguales a los otros, la que nos va marcando los caminos para que no nos perdamos, la que da dimensiones a todos nuestros actos, la que nos hace humanos,
sencillamente humanos.
martes, 6 de mayo de 2008
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