lunes, 5 de mayo de 2008

TODO COMO IGNORÁNDOSE

Cuánta diversidad hay por la vida. Acaso sea la esencia de la misma y no se pueda definir de otra manera. Así mientras unos ríen otros lloran, mientras unos pasean otros se muestran firmemente sedentarios, mientras unos leen otros ignoran el placer de la lectura, mientras unos tienen fiebre otros se sienten fríos, cuando unos corren otros se detienen y cuando unos dan voces otros aman y practican el silencio.
Y todas las infinitas posibilidades se producen al mismo tiempo y como ignorándose, como si fueran hechos superpuestos y no dependieran unos de otros. He visto y he sentido la tristeza por las calles en el mismo momento en el que los que andaban al lado sonreían ajenos a los sentimientos que se cocían a su vera, allí mismito, entre cuatro paredes se encierran tantas cosas ajenas a las que se producen al otro lado del tabicado, que parece como si no se oyeran, como si no se vieran, como si no fueran todas parte del mismo mundo.
Pero es que la misma persona es tan versátil… Sonríe, llora, come, ayuna, se conmueve, vocea, ama el silencio, se afana en parecer buena persona, se enfrenta pero teme, mira al futuro y tiembla, o se lo come entero, como si fuera suyo. No hay nada consistente, o al menos lo parece.
¿Cómo buscar, entonces, una línea de enganche a la que acudir como modelo? El ser humano necesita no sentirse en cada momento provisional y nuevo, aspira a algún modelo, a una línea de conducta por la que encaminar sus pasos, a alguna referencia, a alguna luz, a un foco que le marque el camino.
Acaso somos seres y seres solitarios, ejércitos de hombres que se ignoran, que se saben al lado pero que no intercambian muchos datos. Tal vez se viva solo, siempre se muere solo, siempre se nace solo. Es posible que todo sea mejor así: cualquiera no podría soportar tanto barullo junto, tanta diversidad en el momento, tanto enganche a los otros, tanta pasión y tanto odio juntos, tanto amor repartido por todas las esquinas.
¿Qué sentirá una rosa del geranio que crece a su lado? ¿Y el narciso de la violeta? ¿Se sentirán cercanos? ¿Sabrán de su existencia? ¿Se prestarán aromas? ¿Se cederán colores? Así también el hombre, el ser humano, yo mismo que me vivo y me desvivo entre tantas personas, sin conocer siquiera sus nombres ni sus ansias.
Un ejército de hormigas se pasea sin hormiguero cierto, anda descaminado, sin cauce, desnortado, desparramado todo, sin un plan concebido. Todas vuelven, no obstante, al hormiguero. Hay hormigueros grandes, infinitos. Nadie sabe por qué pero en la primavera y el verano se salen a las calles cada año y se muestran activas, afanosas, emprendedoras todas, almacenan sin tregua y viven sin vivir, o acaso sepan que su trabajo es ese y se conformen. A mí me falta hoy esa conformidad: no soy ni hormiga.

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