viernes, 30 de mayo de 2008

GRADUACIÓN



He asistido esta tarde a un acto que se repite en mi centro de trabajo todos los años por estas fechas. Se trata de dar la despedida a los alumnos que finalizan el bachillerato y que abren sus alas a la vida para volar por otros lugares y con otros intereses. En mis lejanos años universitarios aquello de las orlas y de los recuerdos colectivos no se llevaba demasiado bien y había muchos que escurrían el bulto y no se presentaban ni a saludar. Yo ya por entonces tenía claro que lo que supusiera una imagen de aquella gente que había acudido conmigo a clase, o algo así, se merecía un recuerdo, una foto y lo que hiciera falta. Hoy me sigo reafirmando en que las pequeñas cosas, sin aspavientos ni alharacas, merecen mucho la pena. Por eso acudo cada final de curso a decirles adiós y a desearles un buen futuro. Es un buen momento para confirmarme a mí mismo que ellos, mis alumnos, siempre tienen la misma edad, mientras que yo cada año soy un poco más del pasado y menos del futuro. Siempre se repite la misma sensación: unos empiezan, tienen toda la ilusión y el campo por delante, otros -otro- tienen la vista en el retrovisor y contemplan con nostalgia demasiadas cosas.
El acto termina convirtiéndose en una reunión cuasi familiar. Los padres se ilusionan, los hijos se acicalan y se exhiben, todos se animan en un ambiente que no parece de diario y, al final, cada uno vuelve a su sitio, a sus tareas, a su quehacer, a sus intereses, a sus planes, como si nada hubiera pasado.
Dentro de unos días, estos muchachos se enfrentarán al examen -más temido que difícil- de selectividad. Serán -ya lo están siendo- días de nervios y de preocupaciones. En realidad no saben que casi todo el mundo aprueba y que es mucho más el ruido que las nueces. Si lo sabré yo que cada año me toca corregir un buen taco de exámenes. Pero no está mal que por unos días sientan el aire frío en el cogote y que aprendan a andar al límite.
Suelo decirles siempre, allá por octubre, que el curso académico dura tres días. Se ríen todos, pero después comprueban que la hipérbole no es tan grande. Hoy ya han acabado esos tres días. Ahora empieza una nueva etapa, más individual, más personal, más frente al toro de la vida. Que a todos les vaya muy bien.
Me sigo quedando con esa imagen de los alumnos que, como he dicho, siempre tienen la misma edad, frente a mí, que cada año me siento llevado por el viento de la vida a una velocidad cada vez más vertiginosa. Como si ya me hubiera graduado en el cursillo de la experiencia demasiadas veces.

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