domingo, 25 de mayo de 2008

AUTO SACRAMENTAL



Hace algún tiempo que no acudo al festejo que cada año se monta en Béjar tal día como hoy. Quizás desde los años en que estuve ayudando en el Ayuntamiento, años en los que la oficialidad me obligaba a acudir a demasiados sitios con desgana. En esta ciudad estrecha se celebra el día del Corpus, reconvertido a domingo, una procesión que es el más fiel reflejo de los vestigios del pasado. No me interesa tanto el hecho folclórico y vistoso de los hombres de musgo, leyenda hermosa como casi todas, pero falsa de toda falsedad. Lo que realmente quiero sacar del olvido es el espectáculo que cada año se produce con la mezcla de los poderes, sometidos todos ellos al poder religioso.
Béjar posee una hermosa plaza mayor, porticada en tres de sus lados, pero con una iglesia en medio que llena buena parte del lugar y señala la presencia de lo eclesial en el medio de la vida de los habitantes de la ciudad. Lo más interesante es que, en el mismo sitio se hallan edificios que representan el poder civil y el poder de la nobleza. Se trata de la sede del Ayuntamiento y la mole del palacio ducal, hoy destinado a centro de enseñanza. La Historia demuestra la comunión de estos tres poderes, controlados por la nobleza, dirigidos por los clérigos y obedecidos sumisamente por el pueblo llano.
La procesión que este día se celebra es una representación exquisita de esta confluencia de intereses. Lo símbolos religiosos presiden la procesión que recorre las calles; junto a ellos acuden los poderes públicos del Ayuntamiento, y, detrás, el resto de la gente. La nobleza se nos ha quedado por el camino, pero ahí ha estado durante muchos siglos, organizando y presidiendo también. El momento de sometimiento más escandaloso se produce cuando, a la vuelta del recorrido, las banderas civiles, portadas por representantes sociales y políticos rinden vasallaje a los símbolos religiosos. Un acto cuando menos de la Edad Media.
Nadie se atreve a ponerle el cascabel al gato, a separar unas acciones de otras y a poner pies en pared, negándose a ese espectáculo que tendría que ser solo religioso y ocupar solo a los fieles. No es sencillo modificar las costumbres de una comunidad y acaso no es bueno alzarse en armas porque sí, pero habría que empezar teniendo muy clarita la teoría para empezar más tarde por la práctica. Los representantes civiles no pueden someter sus símbolos a elementos religiosos, y mucho menos cuando no se hace con todos. Que acudan como fieles y dejen las banderas y los pendones en sus armarios, que allí están bien. No se acaba de entender, seguramente por estar acostumbrados a los privilegios durante toda la Historia, que no hay mejor manera de respetar la práctica religiosa que separarla de lo que no es religioso, sin confundir la parte por el todo y acostumbrándose a entender que, por más que les parezca mentira, hay personas que nada tienen que ver con eso y también tienen que ser amparados por esos símbolos. El engalanamiento de los balcones con banderas viene a rematar el disparate. Como si el Cristo y las banderas fueran del mismo bando. Así no es fácil desarrollar la convivencia.
Y no será fácil modificar las costumbres, pero hay que ponerse a ello. Procurando no herir, pero sin dejarse pisar por lo que no tiene ningún fundamento.
En mis años de actividad pública siempre me negué a llevar la bandera en este acto. No fue poco a la vista de lo que sigue sucediendo.

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