viernes, 9 de mayo de 2008

APARCAR


Hay hechos que parecen de tono menor pero que califican a las personas y hasta condicionan la forma de vida de las comunidades. Algunos de esos hechos, por momentáneos, los soportamos con paciencia estoica y los asumimos como quien tiene unas dioptrías y se ha comprado unas gafas, o sea, como un mal menor fácilmente soportable. Sin embargo, la vida está hecha de estas pequeñas cosas, algunas no tan pequeñas porque afectan a todos y a todas horas.
Uno de estos hechos visibles y que sacan de quicio a más de uno es el del aparcamiento. Béjar es una ciudad estrecha en el sentido mental y moral –con perdón por parte de tanta gente interesante que vive en ella- pero lo es aún más en el sentido físico. Su orografía condiciona el tipo de vivienda, la anchura de las calles, la orientación, la existencia o inexistencia de espacios abiertos, su alargamiento interminable en una especie de lanzadera textil desde el cuartel de la guardia civil hasta La Antigua o Picozos, los lugares de esparcimiento…, en fin, casi todo.
El dudoso -por utilizar un eufemismo- modelo de desarrollo que padecemos y que nos empeñamos en seguir propiciando nos exige cada día más producción y más consumo, más gasto, más movimiento, más usar y tirar, más repuestos y más ocupación física de los espacios internos y externos. Revisar la ocupación interna de una casa, por ejemplo, nos lleva a comprobar el abigarramiento en suelos y paredes, la presencia de elementos innecesarios por todas partes y los carriles estrechos en que hemos concentrado la estancia y los movimientos de las personas. Algo similar sucede en los espacios exteriores. Antes los niños jugaban sin temor en las calles, se detenían e intercambiaban información y roces en cualquier esquina. Hoy ni lo podemos imaginar. Nuestros hijos y nietos solo pueden reunirse en torno de un aparato técnico o fuera de la población. Menos mal que la naturaleza nos salva de tantas cosas en Béjar. Nuestras calles parecen estar construidas para el paso de los vehículos o para su estacionamiento, no queda ni un metro cuadrado libre y a los peatones nos han orillado de manera que no podemos ni cruzarnos sin hacer reverencias obligadas para ceder el paso. Nos hemos acostumbrado a andar entre los coches como si fueran compañeros de paseo, como si fueran dueños del asfalto, como si un vehículo valiera más que una persona. Y, en cuanto hay dudas, la preferencia se la damos al automóvil por si las moscas.
Por si fuera poco lo que ocurre normalmente en cualquier pueblo o ciudad, en esta ciudad de Béjar, la conducción me parece que ha rebajado su calidad hasta el nivel del suspenso. Nuestras calles no están para hacer alardes de velocidad y, a nada que te descuides, te ves enfrente a un loco del volante que acelera como si estuviera preestrenando la autovía que no acaba de llegar. Y si a uno se le ocurre levantarle las manos para afearle la conducta -ayer me sucedió a mí por última vez-, te puedes encontrar con una reacción airada que te lleva cuando menos a pensártelo para la próxima vez. Le sumamos a la mala conducción los aparcamientos en doble fila, los estacionamientos en la calle por tiempo infinito cuando tenemos cochera para guardar los vehículos, las paradas injustificadas en medio de la vía para saludar a cualquier amigo y para contarle todo lo que hicimos el último fin de semana, la misma parada de frente a la cochera, entorpeciendo el paso de los demás, mientras tranquilamente nos bajamos, le miramos los bajos al coche, miramos qué tiempo hace, saludamos al vecino y abrimos calmadamente la puerta, y nos sale un panorama descorazonador .
Vivo en una de las plazas mejor trazadas de Béjar. En ella los niños y menos niños juegan durante todo el año. Por poco tiempo si esto sigue así pues hay quien se ha empeñado en subir sus coches encima de la plaza hasta ocupar todo el espacio que quiere. Nadie les dice nada, nadie los denuncia, nadie los multa, no se conoce la presencia de la policía y cualquier día nos pondrán un taller en medio de la plaza en el que guardar y arreglar sus vehículos. ¡Y tienen sitio en sus cocheras y al lado del bordillo!
Hay asuntos que marcan la capacidad y la elegancia de las comunidades, su grado de convivencia, su escala de valores, su civismo. Una de ellas es esta de la conducción y de los coches. Pronto llegaremos a hacer un hueco antes a un coche que a un apersona. Qué degradación. No sé si andamos ya en esos niveles.
N.B. Como tantas veces, la foto es cesión de Manolo Casadiego. Gracias

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