martes, 20 de mayo de 2008

TEO BALAS

Tal vez hoy no tenga muchos momentos que salvar de la quema del paso del tiempo. Mis clases, mi descanso, mi lectura de las cartas de Bukowski a S. Martinelli (diré algo otro día), mi paseo feliz con Nena por el Castañar, mis atascos con las deficiencias repentinas de Ángel y poca cosa más. Aún le quedan horas al día y a la noche y algo raro caerá. Pero no quiero buscarlo. Tal vez necesite una temporada vulgar y sin relieve. Tal vez. Mientras tanto, anotaré un detalle que me cuelga de antesdeayer.
Mi ritmo de lectura ha decaído en los últimos tiempos, ya no es aquella avaricia de dar cuenta de todo lo que caía en mis manos. Selecciono las horas y las obras, y no siempre acierto con las decisiones. A veces echo cuentas de las horas que he pasado gastando mis ojos en las páginas y me sale una cifra muy elevada. Y no siempre ha sido en sentido provechoso. Hay muchos libros que me han aportado muy poco y que me han presentado esquemas repetidos. Siempre se salva algo: alguna imagen, cualquier idea, esta sugerencia o aquella reflexión; pero la relación esfuerzo resultado no siempre ha sido satisfactoria.
Pero basta de preámbulos. Quiero anotar aquí y ahora el tiempo de placer en la lectura de una obra intranscendente y sin más pretensiones que hacer pasar un rato bueno de lectura. En un rato se lee esta novela de Eduardo Mendoza: “El asombroso viaje de Pomponio Flato”, que ya se ve que tiene nombre de dolor en la vejiga o de dolor en el costado. Este autor se mueve muy cómodamente en los ambientes policiales y aquí viene a repetir el esquema. Pero el esquema es disparatado y eso representa y asegura novedad continua en cada página. Nada menos que un tipo empeñado en encontrar aguas medicinales, tal vez para el arreglo de vejiga, que se va hasta el Oriente Próximo, que allí contacta con Jesús, que se mete de detective para intentar salvar la vida a José, acusado de asesinato, y que mueve toda una pléyade de personajes bíblicos con las funciones alteradas y con los biorritmos dados la vuelta. Todo un jolgorio y una estruendosa desmitificación. De modo que el nivel de la lectura se puede quedar en la sonrisa o puede dar un paso hacia adelante e inferir conclusiones más pesadas. Allá cada cual con sus ideas. Y hay detalles que pueden parecer insignificantes pero que a veces salvan casi todo. En la obra me he encontrado con un Teo Balas, trasunto de Barrabás. Parece un personaje del Oeste, con pistolas al cinto y matando a pistoleros más lentos con el uso de las armas. Qué hallazgo, Teo Balas, parece Billy el Niño disparando. Un rato bien gozoso. Ya era hora.

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