!Casi siempre la muerte es más digna que la vida! ¿Quién puede enfrentarse al pedigrí democrático de la muerte? Cuando llega, todo es silencio y paz, nociones de la nada, serenidad sin pausa. Durante el trayecto de la vida perdemos tantas veces la vergüenza... El paso por la vida es ir trampeando, dando tumbos sin tasa, alzarse del suelo y volver a besar el polvo, encontrarse a menudo desnudos y sin vestido de honradez que echarse al cuerpo; la vida es deficiencia, certeza de que todo es mejorable, de la desigualdad, de cerrar bien los ojos para no ver el norte, de impotencias sin cuento, de posibilidades casi siempre fallidas, de ilusiones rotas, de trampeo, de siempre pantomima.
La muerte se presenta y nos acoge, clasifica a las cosas por su nombre, nos une en la igualdad, nos certifica el principio del reino de la nada, o acaso del comienzo del reino de la luz -qué ilusionado-, nos descubre desnudos y nos deja servidos y compuestos para todo tiempo y todo espacio, no deja que nadie se proclame por encima de los otros seres, nos deja a la intemperie, a la deriva, ajados y en silencio, serios y en línea recta, como gritando a todos que no hay otro poder tan poderoso.
¿Por qué no la tenemos siempre en cuenta? ¿Por qué no nos enseñan a convivir con ella? ¿Por qué no la invocamos como invocamos todos a la vida? Tal vez si refrescáramos la sed de nuestra mente con la presencia exacta de la muerte tendríamos otras luces, otras sendas de vida, otros trabajos, nuestras ocupaciones serían bien diferentes, y tantos cachazudos se bajarían del burro de la nada, de la hueca e inútil ostentación, de la infeliz mirada, del yo soy más que tú, de las altas peanas de fanáticos de lesa religión, de la incuria y del gesto desmedido, de todo lo que pone al hombre a ras de tierra y lo condena a andar siempre fingiendo.
Tengo que hacer cursillos de la muerte, ungirme de su faz, de su costumbre, llegar hasta el nivel de su serena dignidad.
Sé que si digo esto es por la angustia que siento ante los pinchos de la vida, porque las rosas siempre se venden con espinas, porque el huerto se cava, se arica y se atempera para gozar después del dulce fruto. Y yo quiero vivir, vivir sin tregua, sentir que cada hora me sangra por las venas, comerme como postre por una pata al mundo; pero ver que el camino es compartido, con seres a mi lado, con fracasos y días de victoria. Y quiero no perder la dignidad, la dignidad serena de la muerte.
viernes, 15 de febrero de 2008
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2 comentarios:
Pues hoy vuelvo a leer tu página y te intuyo con faz inexpresiva
La muerte no existe, hombre. Sólo existe la vida. La muerte es un concepto vano, una ilusión, un invento, para tener acojonados a los desprotegidos. Eso de que la muerte iguala, fue una falacia en forma de danzas medievales, para consolar el plebeyo y hacerle creer que en algo se asemejaba al rey y hasta al papa, para mientras tanto tenerlo cogido por los güevos suspirando y gemiendo eternamente. Y luego, para rematarlo llegó el impresentable de Loyola, que el pobre, con toda su buena voluntad equivocada en el respiporrable rescojontroncio se entretuvo en predicar al mundo que ese concepto imaginado era el comienzo de la vida verdadera, para alcanzar la cual habría que renunciar a los honores, y a los dineros y a las alhajas de los poderosos. Además ¿te has percatado de que sólo los demás se mueren? Inke nada hombre. No te desanimes si no te iluminan mis palabras porque de algo puedes estar seguro y es de que ni tú ni yo experimentaremos las delicias de ese estado inexistente.
Por desgracia existe,y aunque es verdad que nosotros no experimentaremos ese trance puesto que ya no seremos,los que hemos sufrido la perdida de un ser querido, y la otra fémina caída en desgracia, (la enfermedad),sabemos que lo único positivo de ese tiempo de horror y sufrimiento,es el aprendizaje rápido y tremendo para sacar fuerza de donde no hay, para aumentar la confianza del desahuciado,para despedirte en silencio,para ver llegar la muerte avanzando cada día un poco más y en definitiva para lo que tu dices, Antonio, para vivir el minuto a tope para sentir la fuerza de la sangre en las venas y sobre todo para valorar nuestra triste y preciosa vida.
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