Vísperas de Reyes. Todo se confabula para crear ambiente de comercio y consumo: los centros comerciales, los horarios, el clima que recoge, la publicidad, la crisis, la necesidad -dicen- de darle aire al dinero… El sistema, otra vez el sistema al candelero.
Me gustaría que algún tanto por ciento, por ínfimo que fuera, se atreviera a alzar la mirada y a trasladar los hechos hasta la categoría, hasta el principio. Tal vez acordaríamos que dar ilusión a un grupo social como los niños no es de las peores cosas. Admitiríamos también que darles con la verdad en la carita serenamente tampoco resultaría ser ningún crimen pues nos queda la vida por delante para favorecer la ilusión y el encanto como forma de acción entre los seres humanos.
Pero resultaría aún más importante descubrir que este es un asunto menor comparado con lo que realmente se juega en este partido. Y el asunto es comercial y de estructura social y política. Desde la preparación de las navidades (con toda la parafernalia de El Corte Inglés y sus allegados: quiero decir la publicidad), con el engaño continuo de estos días y sus obligaciones de todo tipo, con la contradicciones entre los consejos para un consumo responsable y los empujones para comprar y consumir, con las apariencias obligadas por todas partes, con las imposiciones religiosas sin explicar en qué consisten ni a qué elementos sustituyen, con los horarios disparados, con la cuesta de enero a la vista, con las rebajas eternas que ya no significan nada, con…, hasta la confusión más absoluta si no nos cuadramos y pensamos qué coño sucede aquí.
Estoy hasta el gorro de oír quejas de los comerciantes (y entiendo que lo hagan) por la falta de ventas, por la falta de cobro, por la crisis, por la escasez de ánimos, por el clima, por el nombre del padre abad, por… Y no se dan cuenta de que ese lamento va a ser ya eterno pues la situación no tiene visos de cambiar. Compruebo con pena que los comercios de la calle Mayor de esta ciudad estrecha en la que habito andan siempre semivacíos y que todo el año son rebajas. Y abro los ojos y me aseguro de que con un par de tiendas de cada especialidad tendríamos suficientes para abastecer a toda la comarca. Y certifico que casi todo el mundo pierde el tiempo en sus negocios, con los brazos cruzados y dándole al lamento y poniéndose de mala baba. Y me aseguro de que, a medida que pasan los días, el personal se hace más individualista y se cierra en sus intereses y en su egoísmo. Y constato que las relaciones y las conversaciones se tornan con frecuencia discusiones sin calma ni sosiego. Y creo ver que hay grupos de comunicación y de opinión que se aprovechan de todo esta agitación engordando sus cuentas de resultados. Y confirmo que la gente desconfía más de la cuenta de sus semejantes. Y tengo la sensación de que este es buen caldo de cultivo para que muchos desconfíen de las relaciones sociales y políticas y de que otros se frotan las manos porque ven el campo libre para sus garras manchadas de irracionalismo. Y me desinflo pensando que la escala de valores morales y éticos se esfuma o se agarra a unos clavos que arden y no precisamente de razón ni de solidaridad.
Y pienso entonces que el modelo en el que andamos instalados no es el mejor ni el más humano. Y lo pienso porque produce seres egoístas, seres que andan desazonados todo el día y con el interés bastardo de ver cómo se arruina el de al lado porque es la única forma de que ellos saquen pecho y se enriquezcan. Y no les culpo de ello porque es el sistema el que los empuja a esas prácticas. Y lo sigo pensando porque todo lo supeditamos al éxito en el dinero y todos los esfuerzos los echamos en el saco del éxito y del triunfo, sabiendo que la mayor parte encontrará el fracaso y solo una minoría el éxito, siempre a costa de los demás. Y veo añadidos religiosos que acompañan a estos sistemas y que los abrigan y arropan con sus prédicas y usos jerárquicos. Y me vengo abajo cuando veo que muchos de los desatendidos y víctimas de este desaguisado aplauden hasta romperse las manos a los que se llevan la parte del león de sus sudores…
Y termino concluyendo que así no vamos demasiado lejos, que tenemos que plantearnos serenamente si no es necesario un cambio radical, es decir, de raíces, de elementos básicos que generen otro clima de confianza y de solidaridad, de fe en el ser humano, en cualquier ser humano, de igualdad de oportunidades, de ayuda, de sistema de producción y, sobre todo, de consumo, de horarios, de distribución de trabajos, de escala de valores, de premios y de recompensas… De todo.
Porque la crisis no es de producción: se produce más que nunca y nadie tiene por qué morirse de hambre. La crisis es de distribución y de reparto de funciones. Y esto solo se modifica de verdad si somos capaces de vislumbrar un nuevo sistema de vida con una escala de valores radicalmente distinta a la actual. Mientras tanto, todo el año será carnaval. Del peor, claro.
lunes, 4 de enero de 2010
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