jueves, 7 de enero de 2010

COMO VIENDO LA TELE

Ayer mismo veía con mi hijo Juan Pablo un rato la televisión. Se anunciaba un castigo o una petición de cárcel para alguien (no recuerdo muy bien los detalles). Aproveché para lanzar mi pica a ver si clavaba en hueso o hacía sangre. Mi posición cada día es menos “resuelta” al respecto. Lo diré de otra manera: cada vez entiendo menos cuál es el valor que tienen los castigos, sean estos de cárcel o de otro tipo. Incluso cuando las culpas son muy evidentes y los actos cometidos son muy desagradables.

Algo he leído sobre derecho penal y alguna idea voy teniendo con los años acerca de lo que puede significar el castigo. Y cada vez le veo menos sentido. Me consuela el hecho de que algunos penalistas, solo algunos pero bastante ilustres ellos, tampoco le encuentran demasiado sentido. Estos han dedicado buena parte de su vida a pensar en estos asuntos, yo solo escribo estas líneas, y otras, desde la calma del sentido común y desde el poso de las páginas.

Cuando el culpable es condenado, comprendo que la familia tenga sentimientos encendidos contra él, disculpo que desee todo lo peor y algo más, entiendo que pida penas hasta el juicio final…; en fin, quiero entender el valor del sentimiento y el malestar inmediato como algo natural en la familia.

Me complace menos que la ola social se cebe contra el reo en esas manifestaciones espontáneas y algo callejeras que tan bien encajan en cualquier programa televisivo o en unas fotos para medios de comunicación. En esos momento suelo asustarme pues me parece ver una mezcla extraña entre personas de buen corazón y fieras en las que solo el instinto guía su vocerío.

No tengo datos suficientes para opinar acerca del jurado popular pero reconozco que también me retiene y me provoca algún prejuicio.

Cuando las masas se agitan (fútbol, toros, otros deportes o manifestaciones populares), no me siento demasiado representado ni a gusto.

Me gustaría que se eliminara de cualquier castigo el sentimiento de venganza y que, si hay que castigar, se haga con el único fin de hacer reflexionar al condenado acerca de su acción. Lo demás me sobra. Si un condenado entiende que ha obrado mal y se encuentra arrepentido, ¿qué sentido tiene el castigo?, ¿qué añaden su condena, su falta de libertad, y su apartamiento de la sociedad? ¿No sería mejor dejarlo actuar en la misma sociedad para que pudiera devolver alguna parte de lo que le arrebató con su acción?

Articular esto de esta manera supondría una escala de valores muy diferente (educación, cárceles, tipo de penas…) y no creo que tenga demasiados partidarios precisamente, ni siquiera entre aquellos que dicen practicar una escala moral en la que el perdón ocupa un sitio de privilegio. A mí no me preocupa demasiado eso de verme en minoría, aunque no me gusta, pues ando acostumbrado a ello. No sé si a la sociedad le vendría bien o mal. Comprobar esto sí sería importante.

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