viernes, 1 de enero de 2010

OTRA ETAPA MÁS

Aparece a la luz un nuevo diario. O mejor, un nuevo tramo del mismo diario; un tramo de una vía -la de este rincón escrito- que se va haciendo ancha a medida que va pasando el tiempo. Porque son ya diez años juntando líneas y exponiendo ideas, o más bien esbozos de ideas, que van surgiendo al amparo de los días, al abrigo de los acontecimientos o, sencillamente, al refugio de los años, que me van llevando camino de ese mar inevitable e inabarcable hacia el que vamos todos.

Me aguarda en el año que ahora empieza algún acontecimiento importante en mi vida: es probable que adelante mi jubilación en el mundo de la enseñanza. Si así sucediera, mi vida tomaría otro rumbo en cuanto a ocupaciones y horarios. Veremos y lo iremos contando.

Por lo demás, acometo los días con las mismas intenciones de siempre. Me sigue pareciendo buen resumen el de la sabiduría popular, aquel de “salud, dinero y amor”. Pero querría indagar sobre el orden y la importancia que a cada apartado quiero darle. Tengo bien seguro que, sin el primer elemento, el de la salud, todo anda manga por hombro y descabalado, nada logra serenidad y todo hay que fiarlo a sublimaciones que me tranquilizan poco. El asunto del dinero no me acucia como para que lo tema pues me seguiré moviendo, salvo golpe de fortuna, en unos parámetros razonables y suficientes para mis necesidades, que no son demasiadas: cada día abomino más de este tráfago económico en el que andamos metidos y al que supeditamos todo y creo que eso me lleva a necesitar cada vez menos medios para mi supervivencia y a sentirme cada hora que pasa más lejos de casi todas las preocupaciones sociales que se mueven al vaivén del dinero. Entiendo que es una postura tal vez egoísta, pero solo a primera vista. Cuando se hable del reparto, que me llamen; cuando se afanen en el crecimiento por el crecimiento, a costa de todo, conmigo que no cuenten. Y menos todos esos a los que llamo esclavos agradecidos, que no se atreven ni a levantar la voz contra el mismo sistema que los aplasta. Y el amor; ah, el amor. Desde hace mucho tiempo rige en mi frontispicio el lema “querer y que me quieran”. Y lo mantengo. No quiere ser una expresión insulsa ni espontánea sino el final de un proceso. Me parece la actitud más noble si es bien entendida. Me gustaría que fuera el fin de todo lo demás. Como sucede en la educación -y debería ocurrir en todo lo demás de la vida- , las cosas tienen que ocurrir para algo, tienen que tener algún fin, o al menos yo quiero encontrárselo. Y me gustaría imponerme como única obligación en mi vida “ser cada día un poquito más feliz”. Bendita y dificilísima tarea esta por su difícil descripción y por tratarse de algo sin fin y con pasión diaria. Como sigo pensando que la vida es muy variada y que no todo se puede resolver en normas escritas, vuelvo a apelar al sentido común y a la buena voluntad como manera de solucionar conflictos. En esa buena voluntad, que no es tontería y mucho menos expresión de sensiblerías, sino, como he dicho, final de un proceso al que se llega después de comprobar las carencias de las normas que nos damos, en un peldañito más arriba, aparece el amor, el amor físico y el amor moral, el amor individual y el colectivo, la amistad y la buena vecindad, la familia y los allegados, la disculpa y la ayuda, la buena intención y el perdón, la justicia y la benevolencia, el trabajo y su carácter social, las exigencias y las obligaciones… Pero todo bañado por ese color azul de la comprensión y del intento de no plantar reales por todos los sitios. Añádase a esto mi concepto de que el individuo no se puede definir sin la presencia de los otros, fundamentalmente para que pueda encontrar sus propios espacios de libertad personal, y se tendrá un esbozo de lo que puedo entender por amor y por proyecto de vida.

Bien sé que la aplicación tiene vaivenes, marejadas y mares en calma, tormentas y días de sol; pero el horizonte siempre estará ahí para ir a buscarlo y para que marque algún camino de ilusión y de sentido. Por ese camino se me irán otros doce meses, otras cincuenta y dos semanas, un añito más, que no será nada en la perspectiva del tiempo pero que debería tener intensidad en mi propio tiempo y en mi particular espacio. Ya iremos viendo. E iremos contando.

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