“En la conciencia está el sentimiento trágico de la vida”. Son palabras de Unamuno en uno de sus mejores ensayos, ese que lleva estas mismas palabras como título. Casi me dan ganas de despachar esto afirmando que mejor nos hacemos todos el tonto y arreglamos la dificultad de un plumazo. Bueno, todavía no he caído tan bajo. Aunque algún dicho popular algo se aproxima a esta actitud; por ejemplo, aquel dicho de “ojos que no ven, corazón que no siente”.
Pero es que, si un corazón no siente, acaso no sea un corazón sino solo un cacho de carne. Claro que la conciencia es el sentimiento trágico de la vida. Trágico en el sentido unamuniano de densidad, de conciencia, de intensidad, de enfado, de contento, de gozo, de malestar o de bienestar, pero nunca de desinterés ni de abulia.
Tal vez la conciencia de estos días nos ofrezca un sentimiento un poco más denso de la vida al observar los parámetros en los que nos movemos en comunidad. Porque describir los parámetros económicos no es precisamente un álbum en color rosa sino que está cargado de tonos muy sombríos, sobre todo en lo que se refiere a las comparaciones y a las desigualdades que podemos observar. Yo tengo que reconocer que siento cierto complejo de culpa por palparme y notar que llego a fin de mes con cierta holgura y que no me preocupa demasiado lo que con mi nómina va a ocurrir en el próximo mes, por más que el efecto dominó de eso que llamamos crisis termine por afectar a todos los individuos de la comunidad. Y todo a pesar de que mi recorrido vital y laboral no me parece que haya estado lleno de comodidades ni de dádivas de ningún tipo, o sea, que no voy a ir pidiendo perdón por ahí. Pero es que poco importa el pasado frente al presente, tan real y tan descarnado.
Y es que, como también dice Unamuno en la misma obra -aunque sea para poner pegas después-, “El hombre no vive solo. De la sociedad brota la razón… La razón es un producto social”. Yo mismo he escrito muchas veces que la dimensión social del ser humano hay que incluirla incluso en su definición.
¿Sacaremos alguna conclusión provechosa de estas situaciones menos favorables? Vuelvo a gritar por la necesidad que tenemos de revisar el sistema social y económico en el que andamos embarcados. Ayer eran los estoicos los que nos decían que el bien es siempre el bien común; hoy es Unamuno el que nos advierte de que “el mundo sensible es hijo del hambre; el mundo ideal es hijo del amor”. Tenemos los sentidos activados por efecto de la necesidad; ¿por qué no buscamos también la posibilidad del mundo ideal desde la variable del amor?
De otra manera nos resultará difícil no incurrir en la sentencia popular aquella de que “A quien Dios se la dé san Pedro se la bendiga”. Que yo llego a fin de mes, pero quiero llegar con la conciencia tranquila y con la conciencia trágica de la vida, pero con cierta calma y orden. Y esto no será posible si veo luces de inquietud en otras ventanas.
Y llegan las noticias apabullantes del terremoto en Haití. Y se desata con más fuerza el asunto de la conciencia personal y colectiva. Y el sentimiento de que hay demasiadas cosas de difícil explicación, desde la conciencia, desde el impulso y desde la razón.
miércoles, 13 de enero de 2010
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