domingo, 24 de enero de 2010

EL MERCDER DE VENECIA

Continúa en Béjar el festival de teatro. Ayer le tocó el turno a “El mercader de Venecia”. Allí estuve y estuvimos los de casi todo el ciclo.

Casi todas las obras del escritor inglés plantean conflictos de tipo teórico que terminan resolviéndose también de forma ingeniosa. Creo que es lo que le ocurre a todo el teatro del XVI y, sobre todo, del XVII. Para ver encarnadas personas de carne y hueso, con su carnet individualizado y con sus dificultades particulares, tenemos que esperar mucho tiempo, tal vez hasta el Romanticismo. Lo que hay en el teatro barroco son personajes representativos de grupos sociales o de ideas, y los estereotipos terminan por comerse al personaje que nace, crece, se reproduce y muere en sus circunstancia personales e intransferibles.

Pero todo tiene sus ventajas, y en las obras de Shakespeare se almacenan silogismos y conceptos que, al buen espectador, tendrían que hacerle pensar. En buena parte, ahí radican su carácter universal y su permanencia, aunque uno note claramente que los siglos van pasando y que el aggiornamento no les vendría mal.

De todas las posibles aplicaciones y reflexiones que se cuecen en la obra, y son muchas, acaso me quedo con la que enfrenta lo legal con lo legítimo. El usurero judío (la obra es demasiado explícita y apunta tintes de tufo racista) lleva toda la razón si se aplica ad pedem litterae la normativa; se queda desnudo mentalmente si se aplican el sentido común y el criterio de la proporcionalidad al asunto del préstamo que le da encarnadura a la obra.

La Historia y la actualidad cotidiana están llenas de ejemplos iluminadores. Los textos legales siguen siendo esenciales para la supervivencia de sociedades avanzadas y numerosas; su interpretación con criterio y desde el sentido común también lo son y en el mismo grado de exigencia. Los que se agarran a la ley en su sentido más inmediato lo suelen hacer porque poseen medios para que sea interpretada a su favor, porque son los que se hallan en situación ventajosa, los que tienen más que perder y menos que ganar, porque ya lo poseen todo.

Ni los textos legales contienen toda la densidad de la vida ni pueden ser aplicados en sentido estrictamente literal. Sin un sesgo social, nos seguimos moviendo en la injusticia y estaremos viviendo a diario sucesos que pueden ser legales pero que difícilmente podremos defender como lícitos y menos como justos. Correremos, además, el peligro que el propio usurero veneciano corrió: le buscamos las vueltas al tenor literal de los textos y podemos acabar siendo el cazador cazado y el alguacil alguacilado, suplicando el olvido de la letra de la ley que estábamos reivindicando.

Es este un asunto que aún no hemos sabido superar pero que conviene que apliquemos con cordura y con sensatez. De otro modo, o vamos todos a la cárcel, por la imposibilidad de cumplir todos los preceptos, o seguiremos viendo a los más poderosos chupando toda la salsa del guiso y además sacando pecho como cumplidores fieles de la ley.

¿No tienen nada que decir, de nuevo, el sentido común y la buena voluntad?

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