martes, 5 de enero de 2010

DÁNDOLE VUELTAS A ALGÚN CONCEPTO

A nadie parece que le suene mal alguna expresión del tipo “todos somos iguales” o “todos tenemos los mismos derechos”. Nos quedamos casi satisfechos, como si hubiéramos arreglado con eso el mundo. Y al momento proclamamos que es imposible conseguir una igualdad entre todos los seres de una comunidad. Incluso renegamos de esa posibilidad al imaginarnos uniformes. O sea que andamos en una indefinición o al menos en una falta de concreción que nos anestesia la conciencia pero que nos mantiene en una desigualdad apabullante. Cada uno de nosotros, por si acaso, procura situarse en posiciones ventajosas y así vamos tirando.

¿Qué significa esa banda difusa en la que teóricamente tendríamos que movernos para que no nos coman las vergüenzas? Nadie lo sabe pero hay gente que la precisa un poquito más y otra que anda con conciencia floja y pendulona. ¿Cuál podría ser el concepto que cobijara tranquilamente la idea: igualdad, equidad, justicia, ley…? Son conceptos tan etéreos… ¿Cómo se pide un kilo de justicia para comerlo estas fiestas?, ¿cuándo podremos decir que hemos vivido un día de equidad? No conozco más que aproximaciones, ninguna certeza.

Con bastante frecuencia he tratado de resumir lo que yo entiendo que es la vida: algo así como una carrera en la que, si no salimos todos de la misma meta, todo se reduce a la injusticia y todo es mentira. Sería tal vez eso que mucha gente llama igualdad de oportunidades. Más tarde, en el trayecto, hay gente que se concentra y se esfuerza más y gente que anda más distraída y a su bola. Hay que atender a ambas realidades para que no nos perdamos ni cometamos injusticias claras.

Es difícil que alguien pueda negar que la salida se produce antes que el recorrido y que, por tanto, sin arreglar el primer apartado, ningún sentido tiene atender a la bondad o maldad del segundo. Y serenamente me pregunto: ¿todos salimos en igualdad de condiciones en la vida? Porque para ir a la sierra en igualdad de condiciones no solo tenemos que salir a la misma hora y desde el mismo lugar sino también con los mismos pertrechos, el mismo calzado y la misma vestimenta. Mi vista anda cansada pero no veo que se cumplan esas condiciones.

Oigo levantarse las voces de muchas voluntades que exigen mejores resultados para aquellos que más se han esforzado en el camino. Y no creo que les falte razón para esas peticiones. Algo menos me convencen cuando esas exigencias se producen para su beneficio, o el de sus allegados, y no para el de los demás, y cuando se tiene poco en cuenta el valor del azar en el desarrollo vital y, sobre todo, cuando observo que no están muy dispuestos a caerse del escalafón si se demostrara que sus esfuerzos personales tal vez no han sido tales ni su preparación es la que muestra su situación en el mismo. Yo estaría dispuesto a retar a un buen grupo de ellos; así les daríamos suelta a los principios liberales, a esos que ellos hacen suyos. Pero con unas reglas mínimamente justas y con todas las consecuencias. ¿Alguien se anima? O sea, que me parece que ese asunto hace aguas por demasiadas partes y que hay más de egoísmo que de justicia y de equidad.

En todo caso y puesto que, como ya se dijo antes, primero está la salida y más tarde el trayecto, no estará de más que los esfuerzos se concentren en acercarse día a día y minuto a minuto a esa igualdad de oportunidades, que tiene que ser real y no de pico, que tiene que ser efectiva y no solo teórica.

Y si se me permitiera algo de ética y de estética, de moral y de escala de valores, eso que tanto piden los que después no veo que las practiquen, ¿no merecerá la pena gastar algún esfuerzo en quien más lo necesita que en exponer remilgos para favorecer al que ya no lo necesita? En fin, son minucias que me trae la vista desde afuera hasta adentro y que me mandan la mente y la buena voluntad desde adentro hasta afuera.

A ver si esos Reyes que tienen tanta magia se quisieran fijar un poco en este asunto. Por ejemplo a la hora de repartir los regalos. Y las oportunidades. Y los trabajos. Y los sueldos. Y las obligaciones. Y las vanidades. Y la sencillez. Y hasta las esclavitudes.

Claro que una cosa es pensar en términos globales y acaso otra actuar, algo que hay que hacer siempre en términos particulares.

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