sábado, 30 de enero de 2010

...FIESTA EN VALERO

Hoy se me mezclan los sentimientos en medio de una tarde gris y fría que dice ya casi adiós al mes de enero.

Jovellanos criticaba en el SXVIII la fiesta de los toros: “La lucha de toros no ha sido jamás una diversión, ni cotidiana, ni muy frecuentada, ni de todos los pueblos de España, ni generalmente buscada y aplaudida. En muchas provincias no se conoció jamás; en otras se circunscribió a las capitales, y donde quiera que fueron celebrados lo fueron solamente a largos periodos y concurriendo a verlos el pueblo de las capitales y tal cual aldea circunvecina… De todo el pueblo de España, apenas la centésima parte habrá visto alguna vez este espectáculo. ¿Cómo, pues, se ha pretendido darle el título de diversión nacional?”

No me corresponde ahora echar mi cuarto a espadas acerca de la fiesta de los toros, para la que tengo argumentos favorables y bastantes más desfavorables. Andamos, además, en invierno, y la comunidad no anda enfrascada en esos asuntos. O acaso sí.

Hoy es la fiesta de mi pueblo, de aquel valle tan hondo y escarpado en el que vi la luz por primera vez, de aquel espacio eterno para mi niñez y tan reducido y olvidado en los mapas, de aquel cielo tan alto y misterioso al que miraba y veía como algo inalcanzable, de aquella comunidad tan próxima y tan alejada entre sí, de aquel espacio en el que el tiempo parecía dormido y puesto a orear a la orilla de los ríos. Y allí la fiesta se resume casi toda en el toro. El Milladero (el Humilladero) es el epicentro en el que se concentra por un rato toda la energía humana del pueblo y de la comarca, y allí, en la plaza de toros más grande del mundo, pues las laderas podrían albergar a todos los espectadores posibles, se celebra la corrida de toros.

Algún año he estado en la plaza, algún otro he dedicado el rato a pasear por las calles del pueblo, absolutamente solitarias en esos momentos y silenciosas. Este año, por alguna razón extraña, no estoy físicamente allí. Pero mi recuerdo durante el día es casi permanente. A estas horas (escribo cuando es media tarde) los imagino en plena diversión. Allí, en un huequecito, en la rama de cualquier oliva, me subo.
Desde allí los veo a todos. Sí, a todos. A pesar de todo. Dentro de un ratito se marcharán de la plaza pues todo habrá terminado. Yo me quedaré otro poquito para ver cómo se van alejando mientras comparten la charla y la amistad y van dejando todo en rumor y en nada.

Poco a poco, el valle volverá al silencio, al eco sonoro del agua de los ríos, a las laderas que se agarran al cielo y al viento cotidiano de las horas lentas y tranquilas.

Tal vez yo, que no soy entusiasta de los toros, hoy he estado de espectador atento en una corrida de lujo, la de Valero, la de mi pueblo, la del rincón serrano del edén de mi niñez.

Pero iba a mirar a la gente, a estar con la gente, pues los toros me interesaban poco.

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