martes, 24 de noviembre de 2009

UNA CLAVE ARTÍSTICA

A pesar de todo esto que llaman crisis y que desiguala tanto a las comunidades para acrecentar las desigualdades entre unos pocos poderosos y el resto empobrecido, la vorágine social sigue sin descanso. Y siguen apareciendo vidas, desapareciendo otras, el sol sale todas las mañanas y se deja ver en el horizonte, en un otoño interminable, la masa sigue embrutecida con los partidos y adorando a las megaestrellas de turno, esas cuya única aportación a la sociedad en su carga de veneno anestesiante, los medios de comunicación siguen marcando la pauta a su antojo y acentuando o diluyendo la escala de valores por la que nos tenemos que regir, y cada cual consigue a su manera la supervivencia.

Y en medio de esa supervivencia, continúan aquellas manifestaciones que también forman parte de esta vida compleja y difusa en la que nos movemos.
Por ejemplo, el arte sigue, su comercialización también, sus beneficios igualmente, los creadores se empeñan y se afanan en crear, los mediadores y los acaparadores encuentran en él una forma extraordinaria de hacer negocios, no siempre demasiado limpios, y algunas otras personas dedican esfuerzos a analizar este asunto, que sigue ahí a pesar de todo y de casi todos, sobre todo a pesar de cualquier idea que sea solo eso, idea, y que no tenga conexiones reales con el tráfico del arte. O sea, estas mismas líneas, por ejemplo.

Estoy seguro de que son sobre todo las variables externas las que mueven a la propia creación y la empujan en un sentido o en otro, hasta crear modelos de arte según sus conveniencias, o sea que, también en el arte, la base económica y comercial es la que explica casi todas las demás variables. Aquel artista que mejor sepa adaptarse a las exigencias externas del mercado será el que destacará y el que será colocado en la cúspide del canon. Al fin y al cabo, hay muchos artistas que podrían superar las pruebas necesarias como para exhibir sus productos con dignidad, con dignidad externa, claro. Pero la oferta, también aquí, es superior a la demanda, y esa oferta tiene que orientarse según los pedidos. Y los pedidos no dependen del creador sino de las demás fuerzas, sobre todo de las económicas.

De hecho, el canon estético ha sido variable y la historia del arte, de cualquier arte, nos enseña que es siempre cambiante y que cada época maneja su ideal estético particular.

Si uno echa una ojeada a la literatura -sucede igual en las demás artes-, descubre que, hasta el S XVIII todo se iba en imitar lo antiguo, de tal manera que el Barroco, por ejemplo, no consiste en presentar realidades nuevas sino en presentar las ya existentes aunque desde una forma diferente. La sorpresa se conseguía no por la novedad sino por lo inesperado, por esa forma desconocida de acercarse a la misma realidad de siempre.

Seguramente fue el Romanticismo el primer movimiento, y la primera etapa de la historia de la creación, en la que se produjo una ruptura no solo de la forma sino también de los contenidos, de tal modo que ya no solo se rompía con las formas anteriores sino también con las concepciones de aproximación a la realidad y a la pulsión vital. Seguramente, en este sentido, se trata de la primera etapa moderna.
Desde entonces todo se nos va en negar al padre, en renegar de todo lo que hemos aprendido y hasta de quienes lo hemos aprendido. Y un artista sube al estrellato siempre que sea distinto, no visto antes, con una concepción novedosa de las formas y de la propia concepción de la obra.

Y, si bien se mira, la ruptura se acentúa con aquellos períodos que más se acercan a los actuales pues parece que el tiempo va poniendo una pátina de polvo en los modelos, de tal forma que, pasado un largo período, se pueden recuperar los modelos de nuevo, siempre que se presenten como una realidad nueva y como negación de una línea continua de tradición.

Me gustaría trasladar estas simples pero extensas ideas a la vida cotidiana también pues no solo valen para la literatura o la pintura sino para las producciones aparentemente más próximas y banales. La moda lo ejemplificaría muy bien. Unos buenos zapatos tienen que marcar ruptura formal e intentar a la vez mostrar ser representantes de una nueva forma de ver la vida. Lo malo es que la fugacidad de estas visiones y las imposiciones externas de tipo comercial y económico nos conducen a que esas visiones sean casi instantáneas y con escasa base teórica. Por eso, en la práctica, cada poco tiempo cambiamos de formato, respondiendo a lo que nos marquen los mercados, y todo el año es carnaval y andamos en rebajas.

¿Cuántos creadores se someten a estas normas? ¿En qué grado se someten todos y cada uno? ¿Hasta qué punto pueden huir de ellas? ¿Quién soy yo para aplaudir o para criticar las posturas individuales? Desahogos y reflexiones de una o dos páginas. Pero que afectan a demasiadas personas y a demasiados ámbitos de la vida. Vale.

2 comentarios:

sociedaddediletantes.blogspot.com.es dijo...

Muy interesante

mojadopapel dijo...

Los cánones,las modas, los críticos...nunca los he tenido mucho en cuenta, me enfrento a lo artístico y estético desde un plano de satisfacción y agrado personal, no necesito para ello la opinión de los demás.