“Esto es más largo que un día sin pan” sigue rezando un dicho castizo.
A mí se me ha cumplido literalmente y hasta con creces. Unas treinta horas sin probar bocado por culpa de una colonoscopia. Y bien poco que me ha importado esto porque ha habido algún rato en el proceso bastante más complicado.
Ayer me metí para el cuerpo una comida normal y ya desde las seis comencé a ponerme en capilla. Me aguardaban unas sustancias melosas diluidas en dos litros de agua y las tenía que beber en dos horas para limpiar mi estómago y mi colon. La primera parte pasó bien pero la segunda se plantó en mi cabeza y yo me encaré con ella, hasta el punto de desistir cuando iba por el segundo vaso. Siempre he sido un mal enfermo y no iba a ser de otra manera en esta ocasión. Así que me fui a acostar con el estómago vacío y con el recuerdo desagradable de la sustancia melosa. Mis tripas para entonces bailaban sin cesar un baile movidito. Estaban ya vacías y eso era lo importante. Así que a esperar.
No pasé del todo mal la noche, aunque todo era esperar a que pasaran las horas hasta el momento de la indagación.
La mañana se me fue en lecturas ganadas a las horas para evitar que mi mente se metiera en huertos prohibidos y que mi imaginación me llevara a imágenes sin sentido. Pero el cuerpo pide pan y aquello era más largo que un día sin él. Y nos dieron las diez, y las once, las doce, la una, las dos y las tres, pero en situación bien diferente a la de la canción.
No me asusta el hambre, a pesar de todo, y nos fuimos a Salamanca entre el día gris y la intención de lluvia. Conduje sin reparos, seguro de que lo peor ya había pasado en casa y sabiendo que, en este caso, el camino era peor que la llegada.
Poco tuve que esperar en la sala hasta que una enfermera me llamó para colocarme un gotero en un brazo. Y a esperar turno. Con el hambre a cuestas y con el nerviosismo de lo que supone una sedación y la incertidumbre de los resultados de la prueba.
Había que distraerse con algo porque aquello iba para largo, a la vista de los que, delante de mí, aguardaban para lo mismo. Así que se me ocurrió engolfarme de nuevo en la lectura. Esta vez de un poemario que me transportó hasta el Tibet y a sus ciudades, a su religión y a sus conventos, a su espíritu y a su clima. Todo era también en el libro un poco nebuloso, como si me fuera preparando para perder la consciencia. Terminé la lectura del poemario en el justo momento en el que me llamaron para realizar la prueba. No es probable que nunca más vuelva a preparar una actividad de este tipo con la lectura de poemas exactamente hasta el momento en que me condujeron como corderillo a la sala en la que me esperaban varias personas.
Saludos, algunas preguntas, la máscara de oxígeno y el anestesista que se me acerca. “Te molestará un poco la entrada de la anestesia por el brazo, pero será muy poco tiempo”. Se excedió el anestesista pues apenas tuve consciencia de que comenzaba a entrar en vena la sustancia que me dejaba inconsciente. Caí sin descabello.
Lo demás sería como tuviera que ser porque yo no supe nada de ello. Apenas entendí que volvía otra vez en mí cuando me sentaron en una silla para que me recuperara.
Todo había pasado y apenas estaba a la espera de la recuperación total que no tardó en llegar
Con resultados positivos, todo tenía menos importancia y se veía de mejor color.
Siempre se corren dos riesgos en este tipo de pruebas: cualquier posible complicación en la prueba y el resultado incierto.
Con más hambre, con más ánimos, con los resultados en la mano y anochecido ya el día, salimos a la calle y trasladamos el sobrecito a otro médico. Casi eufórico, me agarré al volante y ejercí de conductor también a la vuelta. Un poco temerario, la verdad. Aún tuve tiempo para practicar un poco la lengua del imperio y de sentarme para disfrutar de una copiosa cena.
Había estado más de veinticuatro horas sin pan. Se me hizo todo largo. Ahora estoy satisfecho y contento. Me gustaría dormir bien y olvidarme de colonoscopias durante varios años. Espero.
jueves, 5 de noviembre de 2009
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2 comentarios:
Me alegro que te encuentres bién y repuesto,y además contento.
Buenas noches, D. Antonio Gutiérrez Turrión:
- Una vez pasado y olvidado el mal rato: ¡enhorabuena, por el resultado!.
- Qué largo un día sin pan, ni un poco del cuscurrito, o coscurrito, o currusquito,...o coshcorra!.
( Así nos daremos cuenta de lo que tiene que sentir la gente que tiene hambre de veras).
Saludos. Gelu
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