viernes, 6 de noviembre de 2009

"DECISIONES CONSCIENTES"

“Cada una de las grandes transformaciones conscientes que tuvieron lugar en la historia y prehistoria fue consecuencia de decisiones conscientes, pero las decisiones conscientes no tuvieron por objeto grandes transformaciones.” Nuestra especie; Marvin Harris.

Resulta sobrecogedor echar una ojeada a la enorme cantidad de transformaciones que se han producido en los últimos decenios. En todos los sentidos, pero sobre todo en el mundo de la técnica, esto es, de la ciencia aplicada. Parece como si el ser humano se hubiera instalado en una carrera desenfrenada por rodearse de nuevas realidades o, mejor, de nuevas formas de la misma realidad. Tal es el alucinamiento y la sorpresa qua apenas nos da tiempo de describirlas. Mucho menos, por supuesto, de pensar en ellas, en sus causas y en sus consecuencias.

Lo cierto es que muchas de ellas en forma individual, y todas en conjunto por supuesto, han transformado la vida de una manera cuando menos sospechosa.

Sirve casi cualquier ejemplo, pero valga para estas líneas el del automóvil. Uno imagina la cara de sorpresa, el estado de ánimo compulsivo, la embriaguez anímica y el grado de satisfacción de los primeros impulsores y apenas les puede poner ningún pero. Era una nueva realidad, un cambio extraordinario, de la rueda tirada por animales a la rueda movida por su cuenta y a una velocidad insospechada hasta entonces. Milagro. Y de los grandes. Claro que fueron decisiones conscientes las que llevaron a poner el primer coche en la calle; decisiones que ocuparon a muchas voluntades, y seguro que en todas habitaba el deseo de dar un buen empujón en el bienestar de la humanidad.

Pero el vehículo se puso en la calle. ¿Y después? Después tuvieron que llegar las carreteras, y la autovías, y las fábricas de coches, y las calles atestadas y sin dar tregua al peatón, sin competidor hasta entonces, y las caravanas, y los atascos, y las horas para llegar al puesto de trabajo, y los residuos, y los gases, y el efecto invernadero, y el cambio climático, y las casas de seguros, y la publicidad acosadora, y los planes renove, y las letras, y las marcas, y las presunciones, y los talleres, y la organización de los tiempos libres, y las posibilidades de vivir y convivir desde lugares distantes, y la subdivisión de los trabajos, y…

Todo un mundo diferente. ¿Los que estaban en la línea de salida del automóvil soñaban con algún esbozo de lo que iba a suceder después? El ejemplo es demasiado evidente como para responder negativamente sin ninguna duda.

¿Es difícil imaginar -con los antecedentes que tenemos-una revolución histórica a partir del mundo de los ordenadores? Parece evidente que no. Pero, ¿quién puede señalar sus dimensiones y sus consecuencias? A la vista de otros ejemplos, seguramente nadie.

Estamos necesitados de personas que levanten la mirada y que vean en el horizonte algo de lo que puede suceder más adelante, que pongan límite a la sucesión boba de hechos que parecen tener su límite en ellos mismos y dejan sin resuello a los usuarios, encantados por los cantos de sirena de los mismos. No es fácil que las leyes del mercado lo permitan pues son insaciables y todo se les va en las cuentas de resultados. Pero es que hay límites que no podemos sobrepasar si no queremos quedarnos con todo al aire y expuestos a nuestra propia destrucción. Nos va nuestro progreso cultural en ello, e incluso nuestra propia supervivencia. Parece que esto no cotiza ni social ni políticamente…, pero es tan necesario…

“Las decisiones conscientes no tuvieron por objeto grandes transformaciones”, pero las desencadenaron. Y lo siguen haciendo. No controlarlas desde unos parámetros sociales conduce al caos. Y en él nos podemos perder todos nosotros, como individuos y como especie.

¿Quién dijo que el mercado lo soluciona todo? Valiente imbécil, valiente subnormal.

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