Viajé a Salamanca para encontrarme con mis hijos y con Sara. La movilidad produce todo esto y facilita los encuentros. Cuando estamos todos juntos, parece que el mundo me da igual, que no existe nada más allá de nosotros, que las reglas del juego se me olvidan y que lo que tanto me importa en otras ocasiones ahora me resbala y lo siento lejos de mí por un buen rato. Con la presencia de Sara todo se mejora y a la vez se envuelve en una atmósfera positiva y cordial. Verla sonreír es para todos una gloria, y verla despertar y mostrar su carita de sorpresa es todo un espectáculo. Sara tiene una suerte extraordinaria que solo la concede el azar y la pura casualidad. Todo el mundo está con ella, pendiente de ella, mirándola a ella, comprándole regalos a ella y atendiéndola a ella. No tiene rivales con los que competir y todo se lo lleva ella: los mimos, los cuidados, los besos, los achuchones, las miradas, los piropos…, todo.
Hemos pasado una parte de la mañana en lugares de compra, en esas superficies en las que se almacena material para cubrir las necesidades de toda la provincia y que a mí me hacen pensar siempre que las visito lo mismo: la inutilidad de este sistema productivo y comercial en el que andamos instalados. La explanada de los coches estaba abarrotada, pero no tanto las tiendas y las superficies. Acaso el fin de mes, tal vez la crisis, puede que aquello se haya convertido sencillamente en un lugar de aparcamiento… En algunas tiendas no había nadie. Paseando por ellas pienso siempre en la cantidad de energía humana que queda desperdiciada con eso de la competitividad. ¿Para qué me sirven las personas que atienden un local pequeño si no entra nadie y pasan el día limpiando los escaparates o haciendo crucigramas?¿No los podría utilizar yo para que se formasen o para que atendieran otras necesidades reales de la comunidad (enseñanza, sanidad, obras públicas, producción de alimentos…)? ¿Para qué quiero yo que fabriquen tantos miles de unidades de televisores si el mío se sigue viendo bien y seguramente tendrá quince o veinte años? ¿La producción exagerada no obligará a hacer campañas de promoción y de acoso cada día más brutales con tal de conseguir que cada uno de nosotros cambie el producto continuamente? ¿Por qué? ¿Para qué? ¿Qué escala de valores es esa? ¿Hasta dónde vamos a llegar? ¿No habrá alguna vez alguna mirada social y comunitaria? ¿Tan difícil es de ver?
¡!!Y fuimos a El Corte Inglés!!! No conocía el centro de Salamanca. Ni falta que hacía. Un edificio algo más pequeñito que otros de la gran urbe, pero con los mismos mecanismos ¿Qué dirán ahora los de los centros más pequeños? ¿No se darán cuenta de que no pueden competir, de que están perdiendo el tiempo miserablemente y de que lo mejor que pueden hacer es cerrar? ¿Pero a tanto lleva la presunción que no nos deja ni reconocer algo tan evidente? Con unos pocos centros comerciales tendríamos suficiente para Salamanca y para toda la provincia. ¿No podemos aprovechar a los miles de personas que malamente sobreviven en estas actividades y dedicarlas a otros menesteres? ¿Por qué nos permitimos tales despilfarros? ¿Por qué tienen que languidecer y además pasar los días viendo la forma de conquistar los clientes del que tiene su tienda al lado o maldiciendo de sus sueldos escasísimos? Vivimos en un sistema que mantiene a una buena parte de la población enfadada por no triunfar en sus negocios y que gasta sus energías mejores para nada. ¿Es que nadie va a levantar la vista y dar alguna voz social?
El panorama no ofrece un futuro halagüeño: andamos procurando recomponer el sistema que nos tiene como nos tiene, tratando de apuntalar a los que más tienen para que sigan regulando el mercado a su gusto y desde sus caprichos personales, y a los dirigentes que oponen algún reparo y procuran algún pasito social nos los comemos con los medios de propaganda. ¿Por qué no dan paso a las voces que cuestionan el sistema? ¿Quién dijo que había libertad de expresión? ¿Dónde anda la igualdad de oportunidades? Cuánta mentira y cuánta patraña.
Me ahoga la ciudad. Creo que en ella se muestran aún mejor las contradicciones de la sociedad en la que nos movemos. Me gustaría vivir en un lugar solitario y olvidado.
Me ahoga el sistema. No puedo teóricamente con él. Y eso que me traiciono y vivo dentro de él y en alguna medida de él.
sábado, 28 de noviembre de 2009
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2 comentarios:
Buenas noches, Don Antonio Gutiérrez Turrión:
- Hoy su entrada me ha hecho reir. Le imagino, por la gran superficie, mientras todo el mundo disfrutaba de las compras, parándose a mirar esto y aquello, y usted -callado- asustándose de los precios que marcaban las etiquetas y filosofando.
- Le pongo una canción:(Youtube) v=cJ_hxmstQ6s
Saludos. Gelu
P.D.: Veo que su Sarita cada día está más bonita. Verá cuando comience a decir alguna palabra.
Es que tú siempre has sido un antisistema y, por ello, estás reñido con la felicidad. No como una amiga mía, que ha pedido que, cuando muera, la incineren y luego esparzan sus cenizas por El Corte Inglés. O como el ínclito alcalde de una ciudad, devoto él de la Virgen y de susodicho centro comercial, que ha decidido que la calle Federico Anaya (que le suena a barrio) ceda su espacio para que la calle María Auxiliadora (que connota centro-ciudad y paraíso) se prolongue unos metros, y llegue hasta El Corte Inglés, que es el séptimo cielo.
Y no les falta razón. Porque sabido es que allí todos los sueños se hacen realidad…
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