Otra vez he estado con mi madre en Salamanca. Y otra vez la he visto muñeca en su sillón, tranquila en medio de la tempestad de los últimos días, dispuesta al beso y al abrazo, a la caricia física, al contacto directo con los demás, presa en la necesidad de sentirse acompañada, exigente con la presencia continua de otra persona junto a ella, con la ternura en todas sus palabras. Y, a pesar de todo ello, con una dirección en su mente que la lleva por caminos brumosos y escondidos.
He vuelto con mis hijos y con Nena para sentirnos juntos, para notar que todos somos uno, para anotar que vamos a quemarnos en cariño, para medir mis ojos destilando las lágrimas en cuanto se marcharon, para medir la vida hasta en cuatro generaciones al unísono. La carita de mi madre se arruga poco a poco, sus ojos miran lejos, ya su ternura es toda para todos, sin poner ya reparos ni preguntar por nada, su cuerpo empequeñece, se aquieta y pierde fuerzas. Yo la abrazo de nuevo con mimo y con ternura.
Fuera todo era extraño. Una cita obligada me llevó hasta el Campus donde encontré riadas desbordantes de personas. Varios miles buscando un aprobado para unas escasas plazas de trabajo público. Entre ellas, muchas personas con caras de apetecer más la jubilación que el trabajo. ¿Qué sistema es este que mantiene a tanta gente durante toda su vida pendiente de un hilo, mendigando un trabajo para poder subsistir? Qué locura y qué fraude. ¿Qué escala de valores se propicia? ¿Qué podemos pedir a estas personas? ¿Qué hacen que no salen a la calle con signos de llevarse el mundo por delante?
Como el mundo está loco por completo, después los restaurantes hasta el techo, con colas esperando sentarse para comer un poco. Qué risa con la crisis. Con lo bien que se come en casa propia.
¿No hay quien piense un poquito en todo esto? ¿No tendremos la suerte de salir de la crisis con un vestido nuevo, con unas ilusiones diferentes, pensando en otras cosas bien distintas?
Yo también, madre, me siento muy distante de todos estos mundos tan extraños.
domingo, 23 de noviembre de 2008
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2 comentarios:
Apreciamos por puro contraste, alegria...tristeza, son necesarias las dos, fundamento de nuestras sensaciones...estamos vivos.
Cuando en una madre todo es ternura y arrugas en el alma, lo sientes y entristece la situación mudante; pero si es tu hermana, cercana en edad, lejana en distancia y en percepción, si la mirada se pierde a los 50 y pocos, si estamos para hablar muy lentamente, porque deprisa no llegamos, si, enfín, sólo asoma el alma a los ojos y hay que mirar muy dentro... entonces nada entiendes y todo se remueve, entonces las preguntas saltan todas dentro y fuera de ti, sin respuestas, sin ninguna respuesta. Entonces sólo te queda la sonrisa prendida con alfileres, por si a alguien le sirve.
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