lunes, 10 de noviembre de 2008

PARA UNA INVOCACIÓN VESPERTINA

“Si el Señor Todopoderoso me hubiera consultado antes de embarcarse en la creación, le habría recomendado algo más simple.” Se atribuyen estas palabras nada menos que a Alfonso el Sabio. No me importa el origen, pero sí me llama su significado. ¿Por qué toda concreción religiosa tiene que estar cargada de esoterismo y de misterio? ¿Por qué los dioses no se han encarnado en forma bien visible y comprensible y por qué no han dejado su mensaje en unas tablas imborrables, a la vista de todo hijo de vecino y con una interpretación que no deje lugar a dudas? Al menos de los dioses griegos conocemos muchas de sus aficiones y muchas de sus francachelas, demasiado de sus instintos vengativos y un montón de sus enfrentamientos en disputas infantiles. Eran como niños, ya se sabe, pero los aguantamos y hasta los estudiamos: no nos engañan, como tampoco nos engañan las películas del Oeste, por ejemplo. Pero es que las religiones del Libro están todas ellas sumidas en el oscurantismo, en el escondite y en la interpretación exclusiva del sátrapa de turno. Coño, así no se puede; así no se produce más que la manipulación y el temor a todo ese mundo desconocido.

Acaso si uno analiza quién interpreta y quién es el que saca los beneficios más pingües tenga alguna explicación a todo este despropósito. Pero el resultado es desolador y deja todo el misterio con el culo al aire. Esta religión que tanto se practica por aquí y de la que uno no se puede desapuntar de ninguna forma se basa en unos textos escritos más de medio siglo después de la presencia de su protagonista, un protagonista apenas citado de pasada por un historiador contemporáneo y con dudas razonables de que sea un añadido posterior interesado. La religión judía se pierde y se enquista en sí misma esperando eternamente a un mesías, y el islam se sujeta a unos textos también escasamente documentados y llenos de tradiciones y anacronismos que no hay razón ni sentido común que los resista. Quiero decir la mía pues hay muchos millones por ahí que la siguen y sus razones tendrán, aunque yo no las entienda.

¿Por qué el Dios infinitamente misericordioso, bondadoso, claro, amoroso, benefactor y portador de todas las maravillas no nos lo pone más sencillo? Coño, que a Él no le cuesta nada. Además, no puede dejar nada para atrás porque, si no, va a tener que volver a hacer otro viajecito para la salvación de los pecadores. Y no es plan andar todo el día de viaje, sobre todo ahora con tanta crisis. Así que, venga, sentido común, bondad, buena voluntad y unas gotitas de amor. Que no es poco. Amén.

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