jueves, 13 de noviembre de 2008

SENTÍA NECESIDAD

He dedicado la tarde a visitar a mi madre en Salamanca. Llevaba ya once días sin estar con ella y sentía necesidad de pasar a su lado unas horas. Aún no he sentido la descompresión ni me he aclimatado del todo a que no esté en mi casa. La he besado y me ha besado, la he abrazado y ella ha hecho lo mismo conmigo, le he acariciado la cara y las manos y ella me ha devuelto las caricias, la he contemplado en su silla sentada como una muñeca y ella me ha mirado a su lado. Cuando la abrazaba me parecía que me marchaba con ella hacia algún territorio lejano del que no deseaba regresar. Tenía cierto temor a derrumbarme junto a ella, pero he resistido regularmente bien y, aunque he hecho bastantes pucheros, he procurado componer la figura como buenamente he podido. Por una vez he regresado relativamente satisfecho porque la he hallado serena y tranquila. Es lo único que quiero. Aspiro solo a eso. En un momento determinado, salimos sin mirar atrás. Era la mejor manera de dar normalidad a todo.
Yo sé que ella se ha venido conmigo y con nosotros porque la siento aquí, a mi lado, porque sé que cuando me vaya a acostar recordaré su cama y sus desvelos junto a mi cama, y porque mañana creeré de nuevo que ella sigue pidiendo mi presencia. Solo sé repetir que sigo sintiendo que la quiero mucho. Mucho.

La mañana me había regalado una perla en forma de noticia. El Tribunal Superior de Justicia de Castilla y León sentencia dando la razón a los objetores de Educación para la Ciudadanía. Recojo ahora, desde una página de El Adelanto, alguno de sus sesudos considerandos: “La Sala de TSJ advierte también que, a diferencia de otras asignaturas, la superación de Educación para la Ciudadanía no implica solo recibir unos determinados conocimientos, “sino que se exige del menor que los incorpore a su comportamiento para siempre”.
¿Cómo puede afirmar un tribunal que un profesor “exige” esto un alumno? Un educador con dos dedos de frente abre caminos para que el alumno elija responsablemente pero nunca exige. Ya se ve de qué escuela pedagógica proceden los colegas. Huelen a rancio, a palmeta en la mano y al cara al sol.

La segunda es infinitamente más grave. Estos señores se escandalizan por si un profesor aspira a que el alumno “incorpore a su comportamiento para siempre” lo que le haya enseñado en clase. ¿Pero estos bichos con patas no saben que se educa precisamente para eso, para que las enseñanzas tengan una aplicación y se incorporen a la escala de valores y a la actuación de las personas? ¿Para qué aprendieron ellos nociones de derecho? Tal vez solo para figurar y para forrarse. Qué miseria teórica, qué imbecilidad mental, qué bobos de solemnidad, qué analfabetos reales, “el vacío del mundo en la oquedad de su cabeza”.

Como siempre, lo que se esconde en el fondo son dos modos radicalmente diferentes de concebir la vida y, por tanto, la enseñanza que la sustenta y que la justifica. Ya se ve que todavía hay gentes que defienden el valor del teorema o del sintagma por sí mismos. Pobrecitos enanos mentales. Otros defendemos humildemente que, con dos cojones, estos elementos y todos los demás solo adquieren sentido si sirven para educar y para crear ciudadanos libres y críticos. Aunque así se derrumben muchas torres y se vayan al suelo los palos del sombrajo de tanto rey desnudo, de tanto intelectual vacío y de tanta mente mísera y hueca.
¡Y estos juzgan en los altos tribunales de la región más extensa de Europa. Como para echar a correr!

No se lo tengas en cuenta, madre, no saben lo que hacen. Vamos a quedarnos tú y yo con nuestros abrazos y con nuestros besos, que uno solo de estos ratitos vale mucho más que toda su parafernalia junta. Imbéciles.

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