sábado, 22 de noviembre de 2008
MÁS LEJOS QUE EL PROPIO RECUERDO
Acordarse de algo que queda tal vez más lejos que el propio recuerdo. De vez en cuando me sorprendo con un terreno acotado en el que aparecen personas y objetos con cierta nitidez. Desde su realidad concreta, el espacio se va extendiendo y el tiempo comienza a delimitarse y a ponerse barreras. Entonces comienza la historia, una pequeña historia, cualquier historia que sale de la tumba y vuelve a representarse para mí.
Tal vez el recuerdo, aquello que etimológicamente y hasta en sentido real vuelve a pasar por el corazón y alcanza vida, posea continuidad y lo único que hace es dormitar y dejarse perdido y en silencio en cualquier rincón oscuro. Quizás nunca pierda del todo el hilo y sobre todo su talla de presencia y de valor en la vida de una persona.
Hay, no obstante, un debilitamiento, un cambio de estado natural, un diluirse de las cosas que las convierte acaso en líneas ideales que las acercan al plano del concepto. Entonces el recuerdo en menos individual, los hitos se oscurecen, todo se va en ser magma o sustancia salada en lo inmenso del mar. Está seguramente, pero no es muy sencillo dar con ello, sacarlo de la mezcla, devolverle las formas y arrojarlo a los límites del tiempo y del espacio. Tal vez no sea tan evidente que esté porque acaso transite ya por los límites del ser o acaso de la nada.
Es seguro, a pesar de las dudas, que a veces vuelven a mi mente vagos conceptos, objetos y figuras que ya no son para el recuerdo claro, para la trabazón lógica sino para la niebla, para la bruma, para la sugerencia. Tal vez sea el tiempo, una vez más, el que cumpla sus estragos, acaso sea una selección natural también de las ideas y las imágenes. El caso es que todo se va almacenando en el inmenso silo del olvido.
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