Quizá los dioses se escondan en los bosques cuando llega el otoño y las lluvias hacen emerger la niebla del humus más blando y tibio. Esas nubes de gasas se llevan hacia el cielo todo lo que la tierra manda como señal de su presencia. Lo he visto esta mañana en las aguas menguadas del pantano, exhausto por causa de algún reparo pero sudoroso y blando, cara al sol y tumbado en lo más alto del valle. Desde la loma ya vecina, que vigila los valles y los montes, se veían más nubes de algodón desparramadas por todo el horizonte. Qué gusto contemplarlas tan tiernas y jugosas, tan débiles, tan niñas, tan volubles. Hoy he tenido un arco sobre mi cabeza durante mucho tiempo, un arco inacabable de más de ocho kilómetros. Eran fuertes castaños vestidos de amarillo que me acogían gozosos. El aire los iba despejando lentamente de sus hojas cansadas que se ofrecían gustosas al eco de la tierra. Qué alfombra vegetal, qué paso tan mullido. Es el bosque animado.
En otros horizontes se deciden los días del futuro para algún ser querido. Mi mente estaba lejos e invocaba a los dioses pidiendo serenidad, razón y fortaleza para tomar las decisiones justas, para no equivocarse. Aún sigo estando lejos mentalmente. Me cuesta regresar. Es más, no lo consigo. Continúo en el territorio de la duda, del enmimismamiento. Que los dioses me ayuden, que nos den luz a todos.
sábado, 8 de noviembre de 2008
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