sábado, 29 de noviembre de 2008

AUNQUE EL FINAL SEA EL MISMO

El frío, la nieve, el agua y mi comodidad me han dejado en tierra y hoy no he cogido el tranvía que me llevaba al campo. Manolo y Jesús son más intrépidos y no se han arredrado. ¿Por dónde habrán echado el pie? Los he recordado mientras me sumergía casi en lo más hondo de mi sillón, al amparo del calorcito y observando cómo el exterior se ponía oscuro y neblinoso.

Pero yo necesito pocos ánimos y menos herramientas. Un libro me basta para dejarme llevar por esos mundos. Si le pongo un fondo musical algo agradable, entonces me eternizo. Ando tras un compendio de asuntos filosóficos. Un poquito de historia y un algo de teoría. Me confieso y me reconozco cada día más a gusto rondando por un rato esos misterios. Al fin y al cabo, uno es también muy raro, casi como esos seres que se dedican -quién lo iba a pensar- a remover conceptos y a hacer conjeturas sobre asuntos que a los demás les vienen rodados en el curso de su ignorancia o de su desprecio. Es que hay gente pa to.

Revisaba conductas de los cínicos, repensaba conceptos de Platón (yo creo que, para bien o para mal, este es el culpable de casi todo), me asomaba a Aristóteles, hacía una paradiña en San Agustín, repescaba las dudas de Descartes… En fin, me daba un baño de luces y de sombras.

Lo que más me impresiona es el esfuerzo de todos estos tipos por repensar la vida desde su propia mente, el rehacer el mundo con sus propios esfuerzos, el entender que el norte es preguntarse siempre por todo, con el peligro de estrellarse o de quedarse perdidos en la cuneta. Qué distintos de “toda la epidemia que puebla las aceras”, con perdón. Al fin y al cabo, el mundo se mueve con cuatro tópicos, controlados por cuatro poderosos pero seguidos sin apenas análisis por el resto de la gente. Estos sí lo intentaron, pusieron cara al tiempo y al espacio, trataron de encontrar algún porqué que les iluminara en el camino. Tal vez para atizar el sufrimiento, pero lo intentaron. Esto es lo que me atrae de todos ellos. Aunque el final sea el mismo.

Qué tío aquel cínico Diógenes que, ante la pregunta de Alejandro Magno, nada menos que el emperador de emperadores, de si podía hacer algo por él, le respondió: “Apártate porque me estás quitando el sol”. ¿Te lo imaginas? Lo mismo hasta se quedó dormido como un niño. Y yo con él y con el regustillo de cantarle una nana para que descansara, o el deseo de pedirle un autógrafo.

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