domingo, 30 de noviembre de 2008

CON EL DEDO HACIA ABAJO


¿Hemos hablado algún día sobre la crueldad humana? ¿Te has parado a pensar en la sutileza con la que los humanos consagran sus acciones más crueles?

Anoche me llevaron a cenar con un grupo que hacía recuento de sus actividades al aire libre en el último año. Allí llovió el jamón del cielo, el chorizo del palo y el salchichón de la vejiga del cerdo. Después, y guardando todas las normas de la elegancia, se sirvieron pescados que saciaron las hambres. Entre esta acción y el tigre devorando a su presa claro que hay diferencia. Diferencia de formas, por supuesto porque, al final, el vencido siempre termina en las mismas condiciones, sin vida y cuarteado. Eso sí, con filetes muy finos o en lonchas bien cortadas. Los buitres y las hienas son los mismos pero aguardan su turno educadamente, empiezan a comer a la vez y se limpian le morro con bastante frecuencia. Todo pura elegancia.

No siempre es tan sencillo guardar las apariencias. Sobre todo cuando los enfrentados son dos seres humanos y tomamos partido por uno de ellos. Imaginar, por ejemplo, un partido de fútbol, con sus preparativos, su escenario encendido, los miles de gargantas dando voces, el desarrollo de la pelea y el vencimiento de uno u otro lado, es una experiencia única. Si lo adobáramos imaginativamente con el desarrollo paralelo de cualquier acto de bondad, el resultado sería insuperable. Tenemos que invocar esa experiencia, que no nos cuesta nada.

Hoy prefiero soñarla nuevamente con don Quijote al frente del relato. Segunda parte, Cáp. LVI En una de las bromas de los duques, el lacayo Tosilos está a punto de enfrentarse a don Quijote, siempre dispuesto a todo para no conseguir nada. Es una lucha de dos caballeros -aunque uno sea fingido- en toda regla y en campo adecuado. El joven Tosilos se enamora repentinamente (demasiado repentinamente para encajarse en la verosimilitud) de la hija de doña Rodríguez y deja de haber caso. Y como no hay caso, no hay torneo de caballeros. Y como no hay torneo, ninguno puede salir vencedor en el campo ni aniquilar al contrario. Y entonces… “los más quedaron tristes y melancólicos de ver que no se habían hecho pedazos los tan esperados combatientes, bien así como los muchachos quedan tristes cuando no sale el ahorcado que esperan porque le ha perdonado o la parte o la justicia”.

Y miro a mi alrededor y veo los partidos de todos los deportes en los que importa más el sufrimiento ajeno que el festejo propio, o contemplo el ajetreo de los partidos políticos y me sale lo mismo en muchos de sus componentes, y observo lo que ocurre en los negocios y no me da otra cosa, y soporto la vida en continuo empujón y tente tieso, a codazo limpio por hacerse un lugar frente a los otros.

En fin que la cena se sirvió pulcramente. Pero le faltaba un poco de pimienta. O no.

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